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DEDICATORIA DE 1884. Anverso y reverso del retrato que Avellaneda entregó a Clemencia Frías de Padilla, en Tucumán la gaceta / archivo

Cárcano lo vio en la estación de Córdoba.


Ramón J. Cárcano (1860-1946), dos veces gobernador de Córdoba, tuvo una primera visión del tucumano Nicolás Avellaneda en 1884, según recuerda en su libro “En el camino” (1926). Avellaneda ya estaba enfermo y realizaba, en julio, su último viaje a Tucumán y a Rosario de la Frontera.

“En la estación del Central Argentino se demoró el tiempo establecido para cambiar de tren”, cuenta Cárcano. “Únicamente concurrieron a saludarle el doctor José Echenique y mi padre, y yo que acompañaba al último. Recién pudo saber Avellaneda cuántos amigos poseía en Córdoba, porque eso no se sabe hasta que llega la mala fortuna”.

Cárcano notó los estragos que el Mal de Bright hacía en el ex presidente, por entonces senador nacional por Tucumán y rector de la Universidad de Buenos Aires. “En su físico se advertía la postración, especialmente por la lentitud de los movimientos y los ojos tristes y hondos”. Pero “su espíritu superior permanecía encendido, y su voz no revelaba el malestar del sufrimiento”.

Recordaba que Avellaneda “preguntó por muchas personas, recordó a algunas que ya habían desaparecido, tuvo memorias muy gratas para Córdoba y, si mejoraba, prometió quedarse algunos días a su regreso”. Decía: “Iré a hospedarme al viejo colegio de Monserrat. Quiero aproximarme a la niñez, volviendo a ver aquellos muros donde escribía versos latinos, y aquellos claustros donde pasaba las horas de estudio, y que tanto han de sobrevivirme”.

Como se sabe, Avellaneda partió en junio del año siguiente a Europa, a la búsqueda de una cura que no encontró. Murió en el viaje de regreso, el 25 de noviembre de 1885.