Recuerdos juveniles de Pablo Rojas Paz
En “El patio de la noche” (1940), apunta Pablo Rojas Paz que, en América, “los que sueñan con darse a la mar son los muchachos de tierra adentro”. Recordaba ciertos atardeceres de su adolescencia, en Raco. “Después del zapallo asado, del choclo sollamado y el churrasco blanco de ceniza, Pascual Bailón Peralta, viejo ya en sus cuarenta años, aderezaba con la música de su armónica, instrumento bien marino, la oquedad de la tarde profunda”.
Pascual “había sido marino y lo admirábamos. Él había cumplido la ilusión de muchos mozos que venían con la cara triste después de la revisión médica” del servicio militar. “Para ser marino había que ser perfecto, no poseer una sola falla como hombre. Por eso aquellos muchachos cuyo gran sueño era ‘rodar tierras’ miraban en Pascual Bailón al héroe que podía hablar, que tenía cosas para contar. Él era fuerte y seguro y yo lo miraba como se mira a un dios”, cuenta Rojas Paz.
Cuando terminaba de tocar la armónica, alguien le preguntaba qué podía decirles del mar. “El contestaba siempre: el mar no es como todos creen, diversión: el mar es trabajo. Hay que estar siempre peleando con él. Al principio yo también creía lo mismo. A veces en la noche puede hablarse tranquilo, cuando el trabajo amengua”.
Entonces le inquirían sobre los monstruos marinos, sobre los buques fantasmas. “Eso era antes; ahora el mar es otra cosa”, respondía Pascual Bailón inveteradamente. Y agregaba que “cuando peor, mayor es el trabajo”. Entonces, todo el grupo de oyentes quedaba en silencio. “Pero no faltaba montañés agudo que le insinuara: Menos hay que decir de las cosas cuando más se las ha visto”.