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CARRETAS TUCUMANAS. En sus viajes, eran capaces de cargar un peso de sesenta quintales, apuntaba Pellet. la gaceta / archivo

Referencias de Julián Pellet sobre Tucumán


Hacia 1811, llegó a Tucumán el viajero francés Julián Mellet. Antes, se proveyó de un caballo, “un lomillo, un mandil, un cuero trabajado a propósito, un gran pellón, un poncho, riendas, espuelas, estriberas, un cuchillo semejante al de caza y unas alforjas”, además de contratar un guía. Así lo narra en sus “Viajes por el interior de la América Meridional”. Manuel Lizondo Borda transcribe párrafos traducidos de una segunda edición francesa de 1824.

Entre sus observaciones sobre Tucumán, apunta que “el comercio de caballos y mulas, que por sus cualidades está por encima de todos los de América Meridional, es aquí muy importante. Se venden asombrosamente y se les envía en grandes cantidades al Alto Perú”.

Agregaba que “la abundancia de ganado suministra a la ciudad otro ramo de comercio no menos importante: sus numerosas curtidurías aumentan sus entradas con los productos que obtienen. Los cueros que se trabajan son de primera calidad y se consumen en gran parte en la provincia. Los campos son fértiles en toda especie de productos de Europa: la vid y la cebada surgen muy bien”.

Informaba Pellet que el transporte de productos a Buenos Aires se realizaba “en grandes carretas tiradas cada una por ocho yuntas de bueyes, cubiertas con cuero, y llevan un peso de 60 quintales”. Al regreso, “las cargan con otras mercaderías, y así mantienen muy activo comercio”. Destacaba además que las maderas de los bosques, “son muy apropiadas para la construcción de hermosos muebles”. A su juicio, la ciudad de Tucumán “ofrece grandes ventajas a los mercaderes y artistas”. No explica el porqué de esta última palabra.