En 1904, la confitería “El Buen Gusto” funcionaba en la ochava noroeste de las actuales San Martín (entonces Las Heras) …
En 1904, la confitería “El Buen Gusto” funcionaba en la ochava noroeste de las actuales San Martín (entonces Las Heras) y Laprida. El 27 de diciembre de 1904, se produjo allí un macabro hallazgo, según informó el diario “El Orden”.
Los propietarios querían insertar un caño de agua corriente en la estatua de Venus Citerea -de procedencia extranjera y comprada en Buenos Aires- que adornaba el patio de la confitería. Llamaron entonces a la “Hojalatería Central”, de Blas Alascio, para que realizara una perforación en la parte posterior de la efigie.
Vino el operario y, dice la crónica, “notó, después de algunos momentos de trabajo, que la herramienta encontraba escasa resistencia, como si penetrase en material blando”. Al advertir que de allí salía un pedazo de hueso, optó por detener la tarea.
Avisados los dueños del negocio, dispusieron “que se levantara un pedazo del metal en que está fundida la estatua; y cuál sería su asombro y el de varios curiosos que allí se habían reunido, al ver aparecer un cráneo humano”. Conservaba el cuero cabelludo, que “parecía pergamino”, y pendían del mismo “muchas hebras de larga cabellera, al parecer rubia”.
Informaron del caso a la Policía, y se procedió a abrir totalmente la estatua por la espalda. Apareció entonces “un esqueleto completo, que sólo Dios puede saber cuántos años había pasado en aquel extraño ataúd”. Conjeturaba el cronista que, por el tamaño más bien pequeño, los huesos podían ser de una niña “de regular edad”.
En las ediciones posteriores del diario, no volvió a hablarse de este caso tan singular.