Juan B. Terán habla de Nicolás Avellaneda
En 1908, el doctor Juan B. Terán, como diputado a la Legislatura, hizo una vibrante evocación de Nicolás Avellaneda, para fundar el proyecto de erigir su estatua. Expresaba que, evocando al presidente de la República, esa efigie “nos dirá la lucha que importó el triunfo del candidato desdeñado del interior; los últimos pujos del localismo y la prevalencia final de la unidad y de la consolidación definitiva de la Nación en el Congreso de Belgrano, operadas bajo su acción suave y tolerante, pero de una perseverancia útil y segura”. Pensaba que su vida y su palabra reproducían la naturaleza del Tucumán natal: “en el crecer precoz, en el desplegarse abundante y en el morir temprano, en la riqueza policrómica de su oratoria de juventud, en el movimiento lleno de imágenes de su prosa”. Pero “su gran título de orador” no era el único que pudiera invocarse. Avellaneda “estudió la tierra pública, que envuelve los más grandes problemas de gobierno, en un libro definitivo de doctrina, de sagacidad y de estilo; sembró el país de escuelas primarias y superiores; dio las más grande prueba de probidad economizando ‘sobre la sed y el hambre’ para salvar el crédito del país; inició las política fecunda de las conciliaciones y coronó su carrera dando a la República su capital definitiva”. Entendía que la estatua “perpetuará a un gran estadista y al tipo más acabado de orador que hayamos producido”, levantada “en el sitio y entre las gentes que él hubiera elegido”. Como se sabe, la estatua de Avellaneda se levantaría recién muchos años más tarde, en 1976.