Una sugerencia de Nicolás Avellaneda
“¿De dónde proviene el nombre de Tucumán?”, se preguntaba Nicolás Avellaneda en un escrito de 1882. Paul Groussac se inclinaba por “país del algodón”, ya que algodón es ‘utuc’ en quichua y la desinencia ‘man’ significa “lado, hacia, de donde”. Avellaneda se preguntaba si esa significación prevalecería sobre la que hace derivar “Tucumán” del nombre de un célebre cacique calchaquí. Groussac también corregía a Martín de Moussy: Tucumán no puede venir de “Tucumanhao”, antiguo nombre de la provincia, “porque el compuesto sería en tal caso más corto que el radical”.
“Es muy difícil poner paz en estas discordias, cuando son inciertos los términos mismos en que se las plantea. Escríbase de otro modo el nombre del cacique, y se escapa a la refutación anterior”, decía Avellaneda. Mencionaba otro autor. Por ejemplo, el doctor Larsen, quien adhería a la etimología que hace derivar Tucumán de ‘Tucuiman’, que significa ‘frontera’, “por cuanto Tucumán lo era para el imperio de los Incas”.
Avellaneda hallaba posible una variante. “Aventuremos por nuestra parte otra etimología, que nos fue sugerida en cierta ocasión por una persona competente. ‘Tucu’ significa luz; y se llaman popularmente ‘tucus’ las luciérnagas que bordan con sus brillantes chispas el manto azulado de la noche en los trópicos; ‘imán’ es cabeza”.
Concluía Avellaneda. “Tendríamos de tal manera, en ‘Tucuimán’, ‘cabeza de luz’ o ‘cabeza luminosa’, y que el caudillo de los calchaquíes fue saludado con este nombre. Los idiomas indios, por su carácter mismo aglutinante, son a veces singularmente expresivos”.