Del tucumano Aráoz de La Madrid
En sus amenas memorias, el tucumano Gregorio Aráoz de La Madrid narra que, a comienzos de 1839, después del carnaval, decidió visitar a su compadre Juan Manuel de Rosas en su quinta de Palermo y partió a caballo con ese rumbo.
Encontró al supremo jefe federal “a la sombra de los ombúes de su quinta, recostado en las faldas de su hija, sobre un banco de madera en que estaba sentada, y con uno de los locos que siempre le acompañan”. Como es sabido, Rosas estaba siempre rodeado de algún deficiente mental, cuyas bufonadas le divertían.
“Así que me vio bajar, se enderezó y dándome la mano me saludó con el mayor cariño y preguntó por su comadre; en seguida pidió mate, y después de haberme convidado con algunos y tomado él también, me dijo: ‘vamos, compadre, a tomar un asado a la sombra de los sauces’, y marchamos”.
Llegados a los sauces del fondo de la quinta, sobre la costa del río, “se presentó luego una gran alfombra para que se sentaran las señoritas, y un hermoso costillar de vaca asado con un gran asador de fierro, que se clavó entre el pasto; un cajón de Burdeos y no sé qué otros platos. El señor gobernador mandó desensillar su caballo y recostado sobre su apero empezamos el almuerzo diciendo algunas jocosidades a los locos y brindándoles con vino”.
Luego, fueron en bote hasta el arroyo de Maldonado. Allí los esperaban un asistente con caballos. “Al momento se hizo fuego y calentó agua para mate”. Rosas durmió un rato la siesta sobre su montura. Al ponerse el sol, vino una galera para llevar a los invitados rumbo a la quinta. Quedó “solo el señor Rosas recostado en su apero, el capitán teniendo de la rienda su caballo y el bote atado dentro del riachuelo o arroyo”.