El juicio del historiador Bartolomé Mitre.
No hubo sesión del Soberano Congreso el 24 de agosto de 1816. Estaba pendiente, como se sabe, el importante tema de la forma de gobierno, respecto del cual el jefe del Ejército del Norte se había definido por una monarquía en cabeza de los Incas. En su “Historia de Belgrano”, Bartolomé Mitre se refiere largamente a ese punto. A su juicio, la postura de Belgrano “reflejaba la composición y el espíritu del Congreso de Tucumán: colonial, democrático, monarquista, doctoral y pedantesco, con tendencias a la unión, al orden y al americanismo”. En realidad, el cuerpo representaba sólo en teoría al ex virreinato, ya que una tercera parte del mismo “estaba ocupada por el enemigo; la otra tercera en anarquía o sublevada, y la última sólo obedecía las leyes anteriores y superiores de la Independencia y la república”.
En ese marco, dice Mitre, “el Congreso había perdido la noción de la realidad en cuanto a límites, y vivía en una región menos que fantástica, puramente fantasmagórica”. Se explica, sin duda, que “para la organización de un gobierno fuerte y estable, procurase atraer y dominar a las provincias disidentes”. Y que “al invocar la fraternidad de las razas y los derechos comunes, propendiera a mantener atadas a las provincias del Alto Perú por un vínculo moral, propiciándose la voluntad de las poblaciones indígenas del Bajo Perú”.
Pero “desconocía los antecedentes históricos, los hechos contemporáneos, los medios y los fines, al formular su plan”. Si al proyecto monárquico “no puede negarse grandiosidad y buena intención, es imposible concederle sentido práctico, ni siquiera sentido común, aun en su tiempo”.