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MANUEL BELGRANO. Acampado en Tucumán, su ejército quedó “en actitud defensiva, pasiva y sin brillo”, dice Mitre.

El Ejército del Norte, en segundo término.


No sesionó el Soberano Congreso el 11 de agosto de 1816. ya estaban distribuidos en la ciudad y en Lules, los soldados del Ejército del Norte con su flamante comandante Manuel Belgrano. El historiador Bartolomé Mitre escribe que esa tropa, “que por sí sola representaba hasta entonces la historia militar de la revolución, había gastado sus fuerzas en seis años continuos de victorias y reveses, y era un cuerpo informe, casi sin vitalidad, cuando Belgrano se recibió de su mando”. Dado los fracasos en las campañas del Alto Perú, todas las miradas se volvían ahora hacia José de San Martín, quien originaba sigilosamente el Ejército de los Andes en Mendoza, resuelto a emprender en la primavera próxima su campaña libertadora. Todos los recursos del Estado se concentraban en ese punto, mientras “la pobreza, el cansancio, el descontento y la desorganización de los pueblos circunvecinos, no ofrecían esperanza de remontar ese ejército que todavía llevaba el título de Auxiliar del Perú”.

“Impotente para la ofensiva –escribe Mitre-, su misma actitud defensiva era pasiva y sin brillo. Belgrano, relegado al segundo término, a retaguardia de las guerrillas de Salta, era la reserva inerte de un elemento más activo, incompatible con toda acción regular, y excluyente de toda dirección que no fuese la del prepotente caudillo (Güemes), al cual estaba encomendada la gloriosa defensa popular de la frontera”.

Sólo un hombre con la abnegación y patriotismo de Belgrano, pudo aceptar “la inmensa responsabilidad de tan oscura como difícil posición”. Subraya Mitre que, aunque no fuera el hombre de las circunstancias, “era siempre reputado como uno de los primeros generales de la Nación, a pesar de sus derrotas”