Tropas alojadas en la Ciudadela y en Lules.
No hubo sesión del Soberano Congreso el 10 de agosto de 1816. Entretanto, el general Manuel Belgrano, después de asumir el mando del Ejército del Norte, lo hizo marchar rumbo a Tucumán. Lo acantonó en La Ciudadela, mientras la caballería acampó en Lules. Tenía entonces 2.422 hombres con doce piezas de artillería. En su “Historia de Belgrano”, expresa Bartolomé Mitre que los oficiales partidarios del ex comandante Rondeau, como French, Pagola, Rojas, Hortiguera, Vidal y otros, pidieron su separación de la fuerza. Agrega que “casi al mismo tiempo murió el coronel don Diego Balcarce, llorado por todos sus compañeros, que vistieron luto en honor de su gloriosa memoria”. Así, el ejército “quedaba huérfano de sus viejos jefes, bien que con su antiguo general a la cabeza”.
Apunta Mitre que, entre sus oficiales, se destacaban varios jóvenes. El más considerado era el comandante cordobés Juan Bautista Bustos quien, “a pesar de ser un rutinero vulgar, gozaba de una reputación superior a sus cortos alcances”. Estaba también otro cordobés, el mayor José María Paz, “que ya desde entonces sobresalía por sus conocimientos facultativos y sus cualidades morales”.
Gregorio Aráoz de La Madrid y Cornelio Zelaya representaban “el valor juvenil de los heroicos días del ejército”. A la par de ellos, los tucumanos Felipe y Alejandro Heredia “formaban también en primera línea”. En suma, Mitre escribe que “con la adhesión patriótica de todos ellos, podía contar Belgrano para acometer la difícil tarea de la reorganización del ejército, cuyos resortes estaban destemplados”. Tenía además la eficaz cooperación de su mayor general, Francisco Fernández de la Cruz y el buen consejo del coronel chileno Francisco Antonio Pinto.