Por su relevo en la jefatura del Ejército.

No se reunió el 16 de julio de 1816 el Soberano Congreso. Sí lo hizo al día siguiente, 17. A poco de empezar, se despejó la barra para una sesión secreta. Se leyó entonces un oficio reservado del jefe del Ejército del Norte, general José Rondeau. Este empezaba exponiendo sus méritos y servicios a la patria desde 1811. Recordaba que se había desprendido del cargo de Director Supremo, y que hasta su derrota en Sipe Sipe era su mejor elogio.

Expresaba que había renunciado al mando al reunirse el Congreso, pidiendo una licencia de cuatro meses para ir a Buenos Aires. Pero que “había sido inmensa su sorpresa, al saber que estaba ya nombrado otro en su lugar”, es decir Belgrano. Juzgaba esto “un despojo violento”, y lo hacía –dice el acta- “con expresiones agrias y poco decorosas”. Se consideraba, en fin, “inmolado a miras personales”.

Los diputados quedaron sorprendidos por “lo inesperado de la queja, tanto más extraña, cuanto que el general Rondeau, en meses anteriores, había hecho renuncia formal de su cargo ante el Congreso, y no podía ignorar que un clamor universal de los pueblos exigía su separación”. Fue “desconfiando por esto mismo de su buena fe”, que el cuerpo “se ocupó de adoptar medidas capaces de evitar una resistencia declarada a la dimisión del mando, sostenida por el Ejército”.

Se acordó contestarle que se oirían “sus reclamos, sin perjuicio de las órdenes que hubiese recibido del Supremo Director”. Se pasaría copia reservada del escrito de Rondeau al nuevo jefe, general Manuel Belgrano, “para que tomase las medidas de precaución que dicte la prudencia”, de modo de cumplir las órdenes del Director. A este se le comunicó, al mismo tiempo, el caso.