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LUCAS CÓRDOBA. El ex gobernador, fotografiado en octubre de 1912. A su lado, desde la izquierda, Ezequiel Bravo y el director de LA GACETA, Alberto García Hamilton. LA GACETA / ARCHIVO

Juan B. Terán habló ante su tumba


El próximo lunes, se cumplirá un siglo de la muerte de don Lucas Córdoba, ocurrida el 29 de julio de 1913. En sus exequias y ante una verdadera multitud, lo despidieron varios oradores. Juan B. Terán fue uno de ellos. “Don Lucas Córdoba no pertenece a un partido, no pertenece a Tucumán, porque pertenece a la Nación: porque fue un repúblico clarísimo que sembró su acción en toda la tierra argentina”, dijo al comienzo.

Había “nacido en la proscripción, crecido en la pobreza y en medio de una época inorgánica y de anarquía”. Por eso, “como sus contemporáneos, tuvo que ser múltiple; y fue universitario y soldado, hombre de gabinete y periodista, minero y gobernante”.

Pero “tan extraña diversidad de labores y tan accidentadas peripecias rezumaron al fin, en los últimos veinte años, la inteligencia elástica, el político sagaz, el vidente iluminado, el conquistador de voluntades, el centro de admiraciones fervientes, el ‘caudillo de una época’: caudillo tolerante, urbano, inconmovible en su convicción pero sutil en los medios, seguro de su fin y fértil para encontrar caminos y llegar hasta él”.

Fue filósofo, “porque vio de cerca el fondo común de todas las grandezas”, no a través de los libros sino “en la interrogación ansiosa a las cosas”. No lo envenenó entonces el escepticismo, “pero germinó en él la indiferencia, mezcla de piedad y de desdén, por las fortunas que perseguimos locamente los hombres. Y no aspiró al poder por sensualidad, ni fue pobre por ineptitud, sino porque sólo un ideal humano o social, pero grande, merecía la pena de obrar y de vivir”.