Anécdota narrada por Arturo Capdevila.
Amadeo Jacques (1813-1865), antes de su fructífera estancia de cinco años en Tucumán, al frente del Colegio San Miguel, residió en Santiago del Estero. Allí formó su hogar con una santiagueña, Martina Augier. En “Leopoldo Lugones”, su libro de 1973, Arturo Capdevila inserta una anécdota de esa época.
Cuenta que Lugones tenía un tío sacerdote en Santiago del Estero, fray Miguel López, franciscano, considerado “literalmente un santo” por la población. Un día, tocó a fray Miguel confesar a Jacques. Es conocido que el sabio debió exiliarse de Francia perseguido por Napoleón III, personaje a quien llegó a aborrecer.
Jacques era un liberal y no solía ir a la iglesia, pero, dice Capdevila, “el amor -a doña Martina- y las normas de la época”, lo forzaron a hacerlo. Se arrodilló entonces ante fray Miguel López. “Poquita cosa se siente el fraile, con ser espiritualmente tan rico en dones del Espíritu Santo, faz a faz de don Amadeo, ese maestro de tanto saber y renombre”, narra Capdevila con mucha literatura.
“Y he ahí que, al cabo del doblemente violento examen, el pobre fraile tiene que negar la absolución al intelectual renombrado, porque este se obstina en no perdonar ante Dios, como debe, a Napoleón III”.
Entonces, sigue Capdevila, “fray Miguel, en su tribulación, sólo atina a postrarse en cruz ante el altar que tiene próximo, mientras lágrimas de dolor y caridad le corren por las marchitas mejillas. Jacques, al verlo, avanza estremecido: ‘Y bien, fray Miguel -le dice- levántese su reverencia. ¡Perdono, perdono, perdono a Napoleón III!”.