Isabel Aretz y Juan Alfonso Carrizo, en 1941.
Es conocido el tesón con que el filósofo tucumano Alberto Rougés (1880-1945), apoyó las tareas de rescate del patrimonio oral tradicional de Tucumán. Esto se ve, por ejemplo, en la carta del 5 de febrero de 1941, a Juan Alfonso Carrizo, el recopilador de los “Cancioneros”.
Le informaba que la investigadora Isabel Aretz, con una fotógrafa, ya había partido en viaje de estudios a Tafí. El ingenio Santa Rosa (propiedad de Rougés y sus hermanos), le había entregado una ayuda económica, además de facilitarle las mulas. “Espero que esta expedición, que va provista de un aparato grabador, hará una magnífica obra, que preparará el camino para otra mayor”, profetizaba Rougés.
Elogiaba la Revista de Folklore. La hallaba “magnífica” y “hecha con poca materia y mucha alma”. Le complacía mucho el “eco social”, cada vez mayor, que rodeaba la obra de Carrizo. Sabía que su “Florilegio” había sido adoptado como libro de lectura escolar por los salesianos, y que había ocurrido lo mismo con dos libros de Rafael Jijena Sánchez.
Comentaba: “No son los pontífices de la educación pública los que saben discernir dónde está la verdad y la vida: son los humildes. Es mejor que así sea, porque las cosas del espíritu no viven de la coacción, como las de la materia, sino de la convicción. Vienen de adentro hacia fuera. Son las grandes fuerzas vivificadoras de la sociedad, que en las últimas décadas han sido desconocidas y perseguidas”.
Había recibido el cancionero de Santiago. Observaba que “el grupo de Santiago ama la hipérbole, es decir una deformación sistemática de la realidad, muy poco científica por supuesto. Quiere hacer de Santiago el centro de la cultura precolonial y popular”.