Circuló largo tiempo en Tucumán.
De sus tiempos tucumanos, Groussac solía recordar el ruido que hacían, al caer sobre los mostradores de latón, las piezas de plata llamadas “cuatros”, de Bolivia. Del vecino país venía la moneda que se usó en el norte, hasta que muy lentamente se impuso la moneda nacional.
El 8 de abril de 1876, comerciantes y vecinos de Tucumán planteaban al Gobierno que, desde que se establecieron las sucursales del Banco Nacional, la “moneda de plata circulante” había sufrido gran depreciación “con relación al peso fuerte”. Esto no importaría, “si hubiera conversión de los billetes de las sucursales en oro o en pesos fuertes de plata, y se reemplazara con moneda propia nacional la actual boliviana”.
Pero, decían, “no hay conversión que haga circular lo mismo que empoza la caja, ni puede obtenerse moneda propia. El comercio no puede existir sin moneda; de alguna se ha de servir”. Y “a este servicio, en las provincias, lo hace la moneda de plata boliviana, y la obtenemos en cambio de nuestros frutos por su legítimo valor”.
Los presentantes sostenían que, de acuerdo a la Constitución, la moneda circulante en las provincias debía “ser recibida, en pago de contribuciones, por su justo equivalente”, esto es “su valor intrínseco”, cosa que no ocurría. Adjuntaban una minuciosa tabla de las equivalencias que juzgaban adecuadas para las piezas emitidas en Bolivia hasta 1830, de 1830 a 1859, de 1859 a 1863 y desde entonces a la fecha, incluyendo aquella breve emisión de “melgarejos” de 1865.
Terminaban pidiendo que la autoridad nacional “fije el valor legal de estas monedas, teniendo en cuenta los distintos cuños, porque todas circulan en las provincias”.