Entusiasta descripción publicada en 1937.
Juan B. Terán (1880-1938) fue un apasionado descriptor del bosque tucumano. Ponderó “la diversidad estupenda de las especies” que constituían su magia. Algo “confuso, irregular, pletórico”, al margen de “la simetría y la medida clásicas”, decía su artículo “Tucumán”, publicado en “Atlántida” en 1937.
“El laurel lustroso y quebradizo alterna con el cevil, recio y enhiesto, de cabellera juvenil, por grande que sea su vejez; la fronda azulada del horcocevil, con el aceitunado del cedro; el verde negro del naranjo silvestre con el pálido del precioso nogal; el tronco del mato, que es una columna de jaspe, con el hidrópico del zapallo-caspi; el ramo, que no abre nunca por completo sus hojas, como si huyera de la madurez, con el laurel colorado, de hojas de esmalte”. Y entre todos, “el horco molle garrido lanza al aire su altísimo tronco, como un mástil que sostiene la tela del paisaje”, por ejemplo.
El bosque tropical ha comenzado, dice Terán, “al naciente de la montaña, como una sustitución de especies vegetales: se pasa de la tusca, del churqui, de la tala, al tarco, al laurel, al lapacho; pero después de haber cubierto la falda, termina bruscamente. Cuando el caminante ha descubierto al aliso, sabe que se halla a los 1.200 metros sobre el nivel del mar y que en adelante la vegetación arbórea desaparecerá”.
Terminaba: “cuando se ha sentido el hechizo del bosque tropical, se comprende el ansia por volver a él, que sentía Humboldt en medio de los placeres y honores de los salones de Berlín; se comprende la emoción de Sarmiento cuando describe el Tucumán, y que perseguía a Groussac en Estados Unidos cuando, cuarenta años después de haber visitado la Yerba Buena tucumana, revivía su impresión de juventud”.