La autoridad moral como una exigencia clave.
Afirmaba Juan B. Terán que “parecer periodista es fácil: serlo es muy difícil, porque necesita unir calidades intelectuales tan dispares que se nos ocurren contradictorias. Ha de ser hombre de ideas, que son permanentes, y hombre de hechos, que son efímeros. Si es puramente lo primero, su voz de doctrinario no será escuchada en la baraúnda de la vida diaria en la que está mezclado. Si es solamente lo segundo, será una discordancia en la baraúnda”.
Le parecía una imagen adecuada, la de “las plantas acuáticas, dóciles para seguir los movimientos que la brisa imprime a las aguas, dándonos la impresión de que son arrastradas por ellas, pero que siguen adheridas, por finas y tenaces raíces, al légamo del fondo”.
Subrayaba una condición del periodista. Se hablaba del “magisterio de la prensa”. Y “magisterio quiere decir autoridad moral. No es un magisterio ordinario. El que tiene a su mano, a su servicio, el medio privilegiado que es la prensa -más sugestivo y más dominador que el del tribuno, del caudillo, del profesor- no tiene la magia del gesto, pero actúa sobre la placa vibrante y resonadora de las muchedumbres”.
Del mismo modo que “la moneda circulante tiene valor en relación con los depósitos de oro auténtico que lo respalda, podemos decir que las ideas que la prensa lanza a la circulación tienen valor en función de la responsabilidad moral con que se la ejerce”. Porque “toda acción social es moral. Y esto no es un concepto libresco, inoperante en la realidad: es la realidad misma”.