Un testimonio del sabio Paolo Mantegazza.
“Si después de haber recorrido rápidamente la polvorienta provincia de Santiago y el jardín tucumano, proseguís el viaje hacia el Norte, saludad a la villa de Trancas, última tierra de la provincia de Tucumán”, escribía Paolo Mantegazza en su libro de viajes “Río de la Plata y Tenerife”, editado en 1867.
El sabio, que estuvo en Tucumán en 1861 y 1863, decía que Trancas “es una aldea pequeña y modesta, con una ancha plaza herbosa, donde pacen caballos y bueyes, y al fondo, un cuarto con una hilera de tres campanas: un verdadero aborto de iglesia, pero que en Trancas es coro, capilla y catedral”.
Agregaba que “en cualquier parte de la América meridional es bastante difícil descubrir la iglesia por entre el rebaño de las casas y ranchos que la circundan, porque todas se alzan casi a la misma altura, techadas de paja y cañas, y las campanas se acostumbran humildemente a vivir aisladas y suspendidas de un palo en la esquina de la plaza”.
A pocas leguas de Trancas, seguía su relato, “se pasa un río sin puente, sin aduana y sin pasaportes. Los postillones dan un espolazo más a los seis parejeros y la carroza cae al vado, y en menos tiempo del que se emplea en contarlo, se llega a la otra orilla y a la provincia de Salta”.
Empezó entonces un pésimo camino. “Los coches, hace pocos años, llegaban hasta Tucumán, porque la naturaleza de su suelo permitía que lo hiciesen sin caminos. Pero un buen día los empresarios de diligencias dijeron: se irá hasta Salta, y los viajeros repitieron en coro: iremos en coche hasta Salta”, comentaba con ironía.