Probable origen de la conocida expresión.
El conquistador español Diego de Almagro (1475-1537) fue, como se sabe, compañero de andanzas -y luego feroz enemigo- de Francisco Pizarro. Juntos estuvieron en las sangrientas alternativas de la conquista del Perú y, en 1535, Almagro partió con 500 hombres para someter al entonces desconocido territorio de Chile.
En su penoso viaje fue el primero que tocó de paso el suelo de Jujuy, Salta, Catamarca y La Rioja, zonas que constituirían luego -agregadas a Tucumán y Santiago del Estero- la gran “Gobernación de Tucumán”. Esa referencia lo vincula con nuestra provincia.
Sus biógrafos recuerdan que, durante su alianza con Pizarro y por el flechazo de un indígena, Almagro perdió un ojo en la campaña que terminó con la toma de Cajamarca. La mutilación era recordada con frecuencia por el conquistador, cuando se dirigía por cartas al rey de España.
Narra Carlos Jiménez Climent que, en una misiva, protestaba haber recibido tan grave lesión defendiendo los intereses de la corona. “Este negocio me ha costado un ojo de la cara: conviene que no lo olviden Vuestras Mercedes”, afirmaba. Y, según Jiménez Climent, tanto insistiría en esa expresión que se difundió entre sus soldados la frase “me cuesta un ojo de la cara”, para referirse a alguna empresa que demandaba acciones demasiado peligrosas o demasiado complicadas.
Es muy posible que tal haya sido el origen de la expresión que ha llegado a nuestros días, y que suele utilizarse para indicar que el costo de algo resulta extremadamente superior al común.