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AMADEO JACQUES. Acta de su casamiento religioso, en 1857, con la santiagueña Benjamina Martina Augier. La pareja se radicó en Tucumán. la gaceta / archivo

Una síntesis y un juicio de Ricardo Rojas


Ricardo Rojas, en “Las Provincias” (1922), hacía una síntesis del aporte de los maestros extranjeros a la cultura de Tucumán. Decía que “hacia 1860 llegó el emigrado francés Amadeo Jacques, que fue el maestro inolvidado de (Silvano) Bores y (Lídoro) Quinteros. Más tarde llegó otro maestro francés, Paul Groussac y fue también un despertador de ansias intelectuales. El sabio italiano Paolo Mantegazza y el sabio alemán Germán Burmeister residieron también en Tucumán”.

Apuntaba: “no puede ser indiferente a una sociedad embrionaria la presencia de un hombre superior, como lo fue cada uno de los nombrados. Muchas vocaciones de jóvenes tucumanos se iluminaron al contacto con aquellos altos espíritus. La ingenua y bella provincia tampoco resultó indiferente al destino de tales forasteros ilustrados”.

Recordaba que Jacques dejó en Tucumán “sus primeros discípulos argentinos” y que “de allá trajo la experiencia criolla con que asumió la dirección del Colegio de Buenos Aires. En Tucumán escribió Groussac sus primeros libros; allá se hizo educador, allá se conformó su espíritu para la vida americana de su definitiva obra literaria”.

Burmeister y Mantegazza acumularon en sus viajes “no pocas de las observaciones que después anotaron en sus obras, como también lo hicieron otros sabios europeos: el geógrafo Martín de Moussy, el naturalista Federico Schickendantz, el teólogo Ángel Boisdron, y tantas figuras menos ilustres, pero no menos útiles a la juventud, en su paso por la prensa, los gabinetes o las aulas”. Acaso de esas presencias y sugestiones, provengan “la vocación oratoria de Silvano Bores y la vocación científica de Miguel Lillo, tucumanos eminentes de la época contemporánea”.