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“Fundiremos con el sable esta nacionalidad”.


Como es sabido, en 1880, la tensión entre la autoridad nacional, que presidía Nicolás Avellaneda, y el gobernador de Buenos Aires, Carlos Tejedor, culminó en el alzamiento militar porteño. El gobierno lo sofocó, y a su triunfo sucedieron la capitalización de Buenos Aires y la asunción de la presidencia por otro tucumano, Julio Argentino Roca.

Dos meses antes, Roca escribía una dura carta a Dardo Rocha. Le aseguraba que los porteños iban resueltamente a la guerra. “Se creen fuertes y no hay duda de que se han robustecido con la disciplina y la organización dada por Tejedor, y cada día han de ser más insolentes. Pero nosotros no tenemos por qué desesperanzarnos”.

Pensaba que “nuestro poder e influencia ha crecido y se ha aumentado en las demás provincias, animadas, en estos momentos, por un solo espíritu y un solo pensamiento. Estamos nosotros también fuertes y bien fuertes”.

Se preguntaba cuál sería el desenlace y se respondía sin vacilar. “Creo firmemente que la guerra. ¡Caiga la responsabilidad y la condenación de la historia sobre quienes la tengan; sobre los que pretenden arrebatar, por la fuerza, los derechos políticos de sus hermanos!”. Si el presidente pone la escuadra, el ejército y las armas “a salvo de un golpe de mano”, decía, “yo le garantizo la victoria con mi cabeza”.

Entonces, “ya que lo quieren así, sellaremos con sangre y fundiremos con el sable, de una vez para siempre, esta nacionalidad argentina que tiene que formarse, como las pirámides de Egipto y el poder de los imperios, a costa de la sangre y ardor de muchas generaciones. Es posible que esté reservado a la nuestra el último esfuerzo y la coronación del edificio”.