Empezó con la suspensión de un secundario de quinto año, logró la adhesión de los gremios y culminó con un paro general. Los estudiantes perdieron el año, pero desplazaron a los rectores del Nacional y de la Escuela de Comercio.
Las huelgas estudiantiles de Tucumán reconocen una antigua genealogía. En 1867, por ejemplo, alumnos de los últimos cursos del Colegio Nacional querían desalojar al rector Benjamín Villafañe y se le alzaron a mano armada. La Policía los reprimió sin contemplaciones y varios fueron expulsados.
Tres años más tarde, los estudiantes entraron en rebelión contra el rector José Posse y pidieron al Inspector de Colegios Nacionales que lo destituyera. El rector contraatacó expulsando a los cabecillas y, como la agitación no cesaba y un periódico les daba apoyo, cerró el Colegio desde agosto hasta fines de octubre de 1873.
En carta al ministro Nicolás Avellaneda, Posse le decía que “no es posible calcular a dónde vamos a parar, si se consiente que los niños de un Colegio impongan al Gobierno Nacional su voluntad, para elegir los rectores y profesores de su agrado”. Y al presidente Domingo Faustino Sarmiento le advertía que “es necesario limpiar el Colegio de muchachos malcriados”, de “bárbaros que destruyen lo que no aprovechan”.
Chispa del incendio
Pero ninguna de esas huelgas del siglo XIX, ni otras bastante bulliciosas de comienzos del XX (como la primera registrada en la Universidad de Tucumán, en 1922), tuvieron las dimensiones que adquirió la desencadenada en junio de 1932, obra de los estudiantes secundarios de la Escuela de Comercio y del Colegio Nacional. Su historia quedó resonando largo tiempo en Tucumán, por su magnitud y por sus insospechadas implicancias. Estas sólo serían superadas décadas más tarde, por los descomunales disturbios de comienzos de los 70.
Todo empezó el 14 de junio de 1932, cuando el director de la Escuela de Comercio, Guillermo Terán, suspendió a un alumno de quinto año, Antonio Rodríguez. Le imputaba haber abandonado el establecimiento sin autorización, y mantuvo el castigo a pesar del descargo de Rodríguez. Pero éste recibió el unánime apoyo del Centro de Estudiantes: los jóvenes salieron a la calle y resolvieron que no asistirían a clases el día siguiente, como protesta. Igual actitud tomaron los alumnos del turno de la noche.
Se suma la UNT
Ya se sabe que la agitación estudiantil es uno de los fenómenos más contagiosos. Los muchachos del Colegio Nacional se adhirieron de inmediato al reclamo de la Escuela de Comercio, y entraron en conflicto con el rector, doctor Emilio Terán Frías. El movimiento se extendió con rapidez a la Escuela Normal, y pronto contaminó a dos dependencias de la UNT: el Instituto Técnico y la Escuela de Agricultura.
Inicialmente, se trataba de un paro de 24 horas pidiendo la reincorporación de Rodríguez. Pero al día siguiente, los secundarios se aliaron con los alumnos de la UNT. Reunidos en asamblea conjunta con la Federación Universitaria de Tucumán, convirtieron su movimiento en huelga general por tiempo indeterminado.
Además, pronto el reclamo aumentó considerablemente el propósito inicial. El 16 de junio, en una nueva asamblea en el local de la Federación (Buenos Aires 771), los congregados postularon, además de la reincorporación de Rodríguez, la renuncia inmediata del director de la Escuela de Comercio y del rector del Colegio Nacional; la revisión de los planes de estudio, por juzgarlos obsoletos; la periodicidad de los profesores en las cátedras, y el reconocimiento oficial de los centros estudiantiles.
Toma del Nacional
Los dos días siguientes transcurrieron entre nerviosas reuniones de los padres de alumnos, mientras se rumoreaba la intervención a los dos establecimientos. Se constituyó, asimismo, el Centro de Egresados del Nacional, que se adhirió inmediatamente a la protesta.
Imprevistamente, el día 20, los estudiantes pasaron a la acción. Unos doscientos huelguistas se apoderaron del local del Colegio Nacional, cuyo estudiantado se convertiría desde entonces en líder del movimiento. El alumno Luis A. Giacosa fue instituido rector “de facto” del Colegio, y el periodismo lo fotografió sentado, sonriente, en el escritorio de Terán Frías.
De inmediato arribaron el juez federal, doctor Clodomiro García Aráoz; el ministro de Gobierno, doctor Julio González Lelong, y el jefe de Policía, mayor León Lohezic. Tras mucho conversar, lograron que los estudiantes desocuparan el local. García Aráoz prometió que retendría el rectorado hasta tanto el Ministerio de Instrucción Pública de la Nación enviara un interventor.
Adhesión obrera
Entusiasmados con el resultado, los estudiantes se trasladaron en ruidosa manifestación hasta el local de la Federación. Cantaron el Himno Nacional y proclamaron la decisión de mantener firmes sus planteos.
A todo esto, el 21, desde Buenos Aires, el ministro, doctor Manuel de Iriondo, condenó categóricamente la revuelta. La calificó de acto de indisciplina colectiva, e instruyó a los rectores para que abrieran los colegios y aplicaran dos faltas a los inasistentes del primer día, cuatro a los del segundo, seis a los del tercero y así sucesivamente.
Pero el movimiento, hábilmente manejado, iba obteniendo la adhesión de los sindicatos obreros: Luz y Fuerza fue el primero en apoyarlos. El entusiasmo se fogoneaba a través de multitudinarios actos callejeros y concentraciones en la plaza Independencia. La Federación Universitaria de Córdoba declaró que los secundaba.
Ante una protesta que cada vez adquiría mayor envergadura, el ministro Iriondo decidió enviar como delegado a un conocido pedagogo, el doctor Juan E. Cassani. Los estudiantes se concentraron en la estación del Central Argentino para recibirlo. Pero Cassani, al divisar la muchedumbre en el andén, bajó sin darse a conocer y marchó silenciosamente rumbo a su hotel.
Incidencia en la UNT
Seguían llegando las adhesiones obreras. También, las de la Federación Universitaria Argentina y de la Federación Universitaria del Litoral. Entretanto, el rector de la UNT, doctor Julio Prebisch, envió una carta al subsecretario de Instrucción Pública, Angel Acuña, advirtiéndole que en el movimiento percibía algo más que una simple indisciplina, ya que los estudiantes denunciaban la existencia de problemas internos de desorganización.
El ministro Iriondo entendió estas expresiones como apoyo a los huelguistas y llamó la atención a Prebisch. La colisión determinó a Prebisch a presentar su renuncia al cargo, la que fue rechazada por el Consejo Superior.
Cassani asumió la conducción del Nacional y de la Escuela de Comercio, y se prodigó en conferencias tanto con los cuestionados rectores como con los alumnos y sus padres. Los estudiantes expusieron un plan mínimo. Requerían la dimisión o cesantía inmediata de los rectores, así como de los profesores cuya incapacidad docente se pudiera probar. Y, por cierto, que no hubiera sanción alguna contra los huelguistas.
La ciudad paralizada
Como Cassani respndió que no podía aceptar esa postura, la huelga siguió adelante. El 24, chocaron los estudiantes y la Policía en la esquina de Maipú y San Juan, y en la zona de la plaza Independencia, con saldo de contusos en ambas partes. Las clases fueron suspendidas, y los rectores declararon extraoficialmente que se retirarían de la docencia. Pero el movimiento siguió.
El 27, a las seis de la mañana, los estudiantes concretaron un triunfo espectacular, al obtener que prácticamente todos los gremios de la provincia declararan la huelga general, por 76 horas, en adhesión a su protesta. Se concentraron en la plaza Independencia, que todo el día fue escenario de corridas. Los jinetes de la Policía cargaron varias veces, látigo en mano, sobre los manifestantes que se refugiaban en la sede de la UCR o en el vecino atrio de la Catedral. Todo el centro de la ciudad estaba paralizado, en un ambiente de franco caos.
El 30 de junio, hubo conversaciones entre el Gobierno -a través de la Policía- y el Comité de Huelga. Acordaron una suspensión temporaria de las hostilidades: los detenidos, que eran bastantes, fueron liberados y pareció regresar la tranquilidad. Tanto, que el 11 de junio reabrió sus puertas la Escuela Normal.
Nueva toma y desalojo
Pero el 8 de julio, al expandirse el rumor de que sería confirmado en su cargo el rector Terán Frías, los estudiantes tomaron el edificio del Colegio Nacional. La Policía recibió orden de desalojarlos. Desde los techos, tiradores uniformados dispararon (con balas de fogueo, según ellos, y de plomo, según los estudiantes) para amedrentarlos.
Al mismo tiempo, soldados del Cuerpo de Bomberos entraron violentamente al edificio junto con los agentes. Los estudiantes fueron sacados a punta de fusil, con las manos en alto. Desde la plaza Urquiza, los angustiados padres y gran cantidad de público asistían al drástico procedimiento. Los cabecillas (entre los que estaban futuros personajes políticos o universitarios, como Celestino Gelsi, Esteban Rey, Pedro Amadeo Heredia, Hugo Fabio, Eugenio Virla, entre otros) fueron liberados luego de prestar declaración en el Juzgado Federal, como cabeza del proceso que se les inició.
Los rectores se van
El 2 de setiembre, se reabrieron las puertas del Colegio Nacional. Pero los estudiantes, al ver que el rector seguía en su cargo, abandonaron masivamente el establecimiento. Entonces el Ministerio de Instrucción Pública de la Nación, exasperado, resolvió cerrar el Nacional y la Escuela de Comercio por lo que quedaba del período lectivo. Poco después, para que no perdieran del todo lo aprendido, se constituyó el Instituto Libre de Enseñanza Secundaria. Funcionaba en Laprida al 100, en el caserón que fue residencia del gobernador Próspero Mena, y allí enseñaban gratis varios profesores del Nacional.
Los estudiantes perdieron el año, pero ganaron un punto central de aquella huelga que habían mantenido con tanta obstinación. Al iniciarse las clases de 1933, ya no estaban en sus cargos el director de la Escuela de Comercio ni el rector del Colegio Nacional.