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LA NORMAL DE TUCUMÁN. Los primeros maestros graduados posan para el fotógrafo. Detrás, desde la izquierda, los profesores Delfín Jijena, George Stearns y Enrique Aymerich. LA GACETA / ARCHIVO

Groussac quiso dignificarla en Tucumán


Durante sus años de director de la Escuela Normal de Tucumán, Paul Groussac trató de dignificar la profesión del docente. En un largo memorial al Ministerio, de marzo de 1881, decía que “la enseñanza es una profesión, y la mejor prueba de ello es el establecimiento de las escuelas normales”.

Agregaba que por eso no se puede, “sin graves perjuicios, confiarse la dirección de una clase a un graduado novel de las universidades, aunque su competencia intelectual nada dejaría que desear. La pedagogía participa más del arte que de la ciencia, en el sentido que el coeficiente de aptitudes personales no puede suplirse con el más perfecto conocimiento de los métodos, sistemas y procedimientos”.

Para Groussac, “la claridad de la expresión, la paciencia que no degenera en debilidad, la firmeza que no llega a la inflexibilidad, la creación incesante del ejemplo, de la imagen familiar y explicativa, el conocimiento rápido de las índoles e idiosincrasias diversas de los alumnos que permite obrar en el móvil eficaz, son cualidades indispensables al buen profesor”.

Decía luego que, en esa idea, “para conseguir que un verdadero profesor quiera y pueda formarse, es fuerza inspirarle confianza y respeto por su profesión, convenciéndolo de que ella es segura, honorable y suficiente para mirar sin inquietud las contingencias futuras. Solo así obtendremos que la enseñanza sea una carrera, y no como ahora, un interinato para salvar un paso difícil: un puente donde todos transitan y nadie habita”.