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NICOLÁS AVELLANEDA. Aparece de pie, entre el obispo Aneiros y Juan Martínez Villergas. Sentados, Adolfo Alsina y Domingo F. Sarmiento. Es una caricatura de 1875. LA GACETA / ARCHIVO

Para Groussac, era del grupo “peripatético”.


Sobre el modo de escribir de Nicolás Avellaneda (1836-1885), tiene interés la nota que Paul Groussac puso al pie de página, al publicar el último artículo del tucumano -titulado “Bernardino Rivadavia”- en la revista “La Biblioteca”.

Afirmaba que “estas páginas inéditas (las últimas, sin duda, del eminente escritor) parecen trazadas rápidamente -muchas de ellas con lápiz- en hojas volantes de varios formatos, como en el primer arranque de la inspiración”.

Y “descifrado el manuscrito, se descubre que el supuesto borrador reviste forma acabada en su soltura oratoria, y que el firme pensamiento se desenvuelve sin hesitaciones hasta completar, no sólo el retrato vivo del personaje, sino el resumen sinóptico de su medio político y social: el esbozo resulta pintura”.

Consideraba que el escrito tenía el valor agregado de “documento psicológico”. Muestra que Avellaneda “pertenecía a la familia de los escritores que llamaremos ‘peripatéticos’, cuyo jefe es Rousseau” y que “tienen la facultad de componer mentalmente sus producciones antes de darlas a luz: de suerte que, llegada la hora, la primera redacción es definitiva”. La gestación, fuera larga o corta, ha sido suficiente para que “el organismo literario nazca completo”.

Se explica así que los manuscritos de Avellaneda “a pesar de sus escrúpulos de artista, no presentan más enmiendas y borraduras que los de Sarmiento, improvisador genial, a lo Diderot. Estos últimos crean ‘ex nihilo’ (desde la nada) al escribir, y sus ideas nacen realmente al ritmo tumultuoso de la pluma que rebota sobre el papel”.