Rojas Paz recordaba los julios de su niñez.
En los años iniciales del siglo XX, en la Casa Histórica funcionaba el Correo. “Allí íbamos los 8 de julio los alumnos de la Escuela Belgrano, con nuestro director José R. Fierro, a cantar el Himno Nacional y a causar cierto caos en las actividades postales”, recuerda el escritor tucumano Pablo Rojas Paz (1896-1956) en su artículo “La ciudad natal”.
“Era un acto de tierna emoción, que ninguno de nosotros, escolares de ese tiempo, podremos olvidar”. La maestra recomendaba “Traigan flores, un ramo de rosas si es posible, para llevar a la Casa Histórica”. No era fácil encontrar rosas, “a pesar de que en julio florecen en Tucumán los duraznos y hay muchas violetas y estrellas federales”. Hubiera sido “empresa más productiva llegarse hasta el cerro de San Javier y recoger una brazada de flores silvestres, campanillas, margaritas, ceibos, cedrones, flores del aire, helechos y venir con la cromática carga para depositarla junto al sillón austero desde el cual Laprida presidiera la sesión memorable”.
Pero “nos dábamos maña para conseguir nuestro ramo de flores, humilde y pequeño, en el que se concentraba la diligencia de la familia”. Así, “íbamos a cantar el Himno con nuestro pequeño ramo bien apretado por su tallo en nuestra diestra. Todos lucíamos nuestro traje de fiestas: de piqué blanco y ancho cuello planchado los más acomodados, y modesta blusa de algodón y gorra de ‘jockey’ los humildes”.
Entonces, “oíamos el discurso de uno de nuestros maestros, el señor Pedro Berreta, poeta y periodista que obtuviera la flor natural en los Juegos Florales de Tucumán, justa literaria de vasto prestigio ilustrada por altos nombres actuales”.