Alberdi subrayaba el cariño de Belgrano.
“En los anales de Tucumán, es menester ir a ver que la salvación de la libertad argentina es debida a la victoria obtenida en 1812 sobre el campo de La Ciudadela”, escribía Juan Bautista Alberdi, a los 24 años, en su “Memoria descriptiva sobre Tucumán”, de 1834. Como se sabe, en ese texto volcaba, desde Buenos Aires donde estaba radicado, sus impresiones sobre la provincia natal. La había visitado ese año sin sospechar que era la última vez.
Las líneas transcriptas al comienzo querían abonar su afirmación de que “los grandes pueblos, como los grandes hombres, son la obra de los favores de la naturaleza unidos a los de la fortuna”. Pensaba haber demostrado antes, en el mismo escrito, que la provincia poseía “eminentemente” el primer elemento. Pasaba entonces a demostrar “con no menos brevedad, que no es más pobre en el segundo”.
Agregaba que “debe también Tucumán contar entre sus timbres, una circunstancia muy lisonjera. Era el pueblo querido del general Belgrano, y la simpatía de los héroes no es un síntoma despreciable”. Recordaba que, cuando el general “visitaba por postrera vez los campos vecinos al Aconquija, puso en aquella hermosa montaña una mirada llena de amor, y bajando el rostro bañado en lágrimas, dijo: adiós por última vez, montañas y campos queridos”.
Cerraba el párrafo diciendo: “Se ha notado que desde entonces los terremotos son más frecuentes. Talvez son los llantos del monte. El general tenía encanto por aquella serranía. ¡Quién sabe si no era nacido de la semejanza con la magnitud de su alma!”