El Cabildo, que databa de fines del siglo XVIII, ya estaba muy deteriorado cuando se resolvió demolerlo y erigir el Palacio. La imponente sede, inaugurada en 1912, destacó a Tucumán entre las ciudades del interior.
La Casa de Gobierno de Tucumán cumplió su primer siglo de vida en julio último. El aniversario no se celebró para no superponerlo con el de la fecha patria, como lo hizo notar LA GACETA. Pero la historia del edificio merece sin dudas una rápida mirada.
El terreno donde se alza estaba destinado, desde la fecha en que se trasladó la ciudad (1685), para edificar allí el local de las autoridades. En el solar se construyó trabajosamente el Cabildo colonial, en 1789, en un largo proceso al que dedicó un libro la arquitecta Liliana Meyer.
El aspecto del Cabildo de Tucumán está registrado en fotografías de la segunda mitad del siglo XIX y de comienzos del XX. Pero el primitivo de 1789 era distinto al que muestran esas imágenes, y bastante más humilde, con sólo ocho arcos en cada planta. Con todo, era el primer edificio público de dos pisos que conoció la ciudad. Recién en 1846 se le practicó una gran remodelación. Sus arcos se aumentaron a 14 en cada planta, y se erigió al centro de la arquería una torre, dotada del reloj comprado en Londres que hoy puede verse en lo alto de la Catedral.
El viejo Cabildo
En ese Cabildo -el viejo y el nuevo- funcionó el Gobierno de Tucumán a lo largo de 120 años. Durante mucho tiempo, sus paredes concentraban a las oficinas de los tres poderes, además de la Policía y hasta la cárcel. El crecimiento administrativo determinó que se le fueran adosando precarios agregados, sobre la actual calle San Martín. Sabemos que en 1892 la fachada estaba pintada de celeste, y que ese año, según “El Orden”, se cambió el color por un tono “café con leche”.
En 1906, asumió el gobierno de Tucumán el ingeniero Luis F. Nougués. Era un decidido partidario de hermosear la ciudad con nuevos e importantes edificios. A ese criterio respondieron, por ejemplo, la construcción del nuevo Banco de la Provincia (en 9 de julio primera cuadra, hoy Museo de Bellas Artes); o la ley-concesión que permitió levantar, sobre la avenida Sarmiento, el conjunto del Hotel Savoy, el Casino y el Teatro.
Hora de modernizar
El 27 de noviembre de 1906, Nougués elevó a la Legislatura el proyecto de encargar el plano de una nueva casa de Gobierno. En el mensaje destacaba el “estado verdaderamente ruinoso” del Cabildo. Decía que “tratándose de una construcción antigua, ejecutada sin plan alguno y en diversas épocas, cualesquiera sumas que se invirtieran en su refacción serían malgastadas en realidad, porque lo existente no ofrece base alguna de reformas”. Además, recordaba que, según el Departamento de Obras Públicas, “amenaza ruina en alguno de sus cuerpos” y, para empleados y público, “constituye un verdadero peligro”.
La ley, promulgada el 30 de diciembre, lo autorizó a gastar hasta 200.000 pesos “en la ejecución parcial del edificio que se proyecta”. En agosto, ya confeccionado el plano, el Ejecutivo pidió y obtuvo una ampliación de 800.000 pesos sobre ese presupuesto, lo que se le acordó por ley del 24 de octubre de 1907.
Nadie se quejó
El proyecto se adjudicó al ingeniero Domingo Selva (1870-1944). Era un destacado profesional. Había residido aquí en su juventud (era bachiller del Nacional de Tucumán), y fue profesor en las Universidades de Buenos Aires y La Plata, así como autor de edificios premiados y de libros sobre la especialidad.
La nueva Casa de Gobierno implicaba la demolición del Cabildo. La inició el 28 de enero de 1908 la empresa Prunnières y Compañía, adjudicataria de la construcción. Nadie se quejó -al menos en los diarios- por la acción de la piqueta. Era la época en que no existía una conciencia de conservación de las casas antiguas. “El Orden” del 27 de noviembre de 1907, se limitó a sugerir que se confeccionase una maqueta en yeso, para que las generaciones venideras pudieran saber cómo era. Además, la nueva construcción necesitaba mayor espacio hacia el sur, de manera que fueron expropiadas y demolidas las casas linderas del doctor Próspero García y de don Tiburcio Molina.
Adiós a los arcos
El 25 de mayo de 1908 se bendijo la piedra fundamental del palacio. El ministro de Gobierno, doctor Vicente Padilla, dijo en su discurso que “no sin tristeza” los tucumanos asistían a la demolición del Cabildo, “sintiendo melancólicamente que se va con él un elemento del pasado”. Aseguró que “ha de pasar mucho tiempo todavía, para que los que hemos nacido aquí, a la sombra de tantos recuerdos, podamos acostumbrarnos a la ausencia de la vieja arquería. Y más adelante, cuando sintamos el tañido de la campana de su reloj, marcando las horas ya desde otro sitio, nuestra imaginación lo ha de ubicar siempre aquí, evocando con placer la torre desde donde estábamos acostumbrados a oírla, no sólo en la marcha regular y acompasada del tiempo, sino también en las horas solemnes, cuando tocaba a rebato para llamar al pueblo a los comicios o a las armas”.
La nueva casa
Mientras se erigía el palacio, el Gobierno se trasladó provisionalmente a la casa de don Juan Manuel Méndez (25 de Mayo y 24 de Setiembre), y luego a la Escuela Rivadavia (24 de Setiembre y Salta).
Expresa el arquitecto Alberto Nicolini que, en su proyecto, Selva expresó los nuevos criterios estéticos, que daban especial importancia a la fachada de los edificios públicos. Combinó, entonces, “las formas ‘sezession-floreale’, que sugerían la renovación progresista del gusto, con la majestad académica de la composición simétrica, la elevación sobre una escalinata-pedestal y doble rampa para vehículos”.
Un trabajo de la arquitecta Olga Paterlini describe la Casa de Gobierno. “Sobre la línea de edificación, retirada de la municipal creando una franja de jardines entre ambas, la superficie avanza en tres planos. El principal es el que se encuentra en el eje compositivo y contiene en vertical un basamento, el ingreso a la planta baja, el clásico balcón en el segundo nivel y la cúpula de mayor jerarquía”.
Aire imponente
Lo siguen “dos paños que avanzan, pero en menor grado, y configuran los extremos de la fachada, rematados igualmente con cúpulas. Entre estos y el cuerpo central, se desarrollan superficies de enlace, compuestas con cuatro aventamientos de arco”. En el remate del edificio, “la cornisa es superada por una serie de elementos cuya altura tiene relación directa con el rol de las pilastras estriadas, de orden monumental, que enmarcan los cuerpos principales, o con las de menor jerarquía que flanquean los vanos”.
En ninguna ciudad de provincia había, por entonces, una Casa de Gobierno de tan imponentes características, por cierto muy distintas del aire austero del Cabildo colonial. En ese sentido, la nueva construcción puso a Tucumán en el mapa arquitectónico del país, en materia de edificios estatales. Por cierto que no faltaron quienes encontraron chata la cúpula, o criticaron la decoración de “mascarones de argamasa y flores de masilla”, en “profusa algarabía”.
La inauguración
Cuando la Casa de Gobierno se concluyó, ya había terminado el período de Nougués, y gobernaba la provincia el doctor José Frías Silva. A él correspondió inaugurar el Palacio, con la visita del presidente Roque Sáenz Peña (9 de julio de 1912), quien se alojó en las habitaciones del sector de la “residencia”, en la planta alta. Una gran placa de mármol, colocada en el “hall” de entrada, documenta esa circunstancia. En su segunda visita, en 1913, Sáenz Peña volvió a alojarse en la Casa de Gobierno.
En marzo de 1916 se agregó al edificio el balcón sobre la entrada. En cuanto al Salón Blanco, se encargó su decoración al pintor Julio Vila y Prades, quien el 17 de mayo de 1916 entregó las grandes telas que serían fijadas al techo.
El palacio ha cumplido cien años. Si sus paredes hablaran, tendríamos el mejor testimonio de un siglo de vida pública tucumana, llena de horas altas y de horas sombrías, como corresponde finalmente a toda tarea humana.