Rougés postulaba el frecuente censo escolar.
La condición de eminente filósofo convivía, en el doctor Alberto Rougés (1880-1945), con una fuerte preocupación por los problemas de la educación primaria. El 27 de agosto de 1939, en una extensa carta a Leonardo Castellani, el pensador tucumano abundaba sobre el asunto con detenido manejo de cifras.
Entendía que las autoridades “no han comenzado por el principio, es decir, por conocer con exactitud su verdadera situación, para lo que hubiera sido necesario un censo escolar”. Pareciera que “carecemos del espíritu de precisión en materia educacional: que tenemos horror a las estadísticas”.
Recalcaba que, en los últimos 40 años, sólo se habían hecho dos censos escolares: el de 1909, con errores evidentes, y el de 1931. En este último, se dieron las cifras a la prensa “sin el análisis necesario para determinar con alguna precisión el número de infractores a la ley de educación obligatoria”. Así, “se extravió a la opinión pública con cifras fantásticas, que la conmovieron profundamente o que no fueron rectificadas”.
La ley 1.420, recordaba, preveía un recuento frecuente de la niñez en edad escolar. Es lógico, “ya que de otro modo se marcha a ciegas y no se puede realizar obra eficaz”. Faltaba también “un estudio medianamente serio para determinar las causas de la deserción escolar”, y no lo había sobre el estado físico de los niños. Para Rougés, en suma, era hora de terminar con las “impresiones personales” y estudiar las cosas “en forma científica, de modo que las conclusiones no admitan contradicción y puedan servir de base para una acción eficaz del Estado”.