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LA FAMILIA. El doctor Juan B. Terán con su esposa e hijos, en una imagen de finales de los años diez. LA GACETA / ARCHIVO

Una carta de Terán a su hijo estudiante.


El doctor Juan B. Terán (1880-1938) además de sus absorbentes ocupaciones como rector de la Universidad de Tucumán, tenía en los años 20 la inquietud de la educación de sus hijos. Dos de ellos habían partido a Buenos Aires a estudiar Derecho, carrera que no existía en Tucumán.

En setiembre de 1922 escribía al mayor. Se congratulaba que comenzara a “estudiar fuerte” en la Facultad. “La primavera, con su nueva savia, invita a la acción. Es la estación de la vida, del trabajo que gesta la cosecha”. Y la cosecha que se exige a los jóvenes,”no es como la nuestra, la de los que estamos formados; porque la de ustedes, los jóvenes, es cosecha que prepara el porvenir; es una cosecha de acumulación: la nuestra, de mantenimiento y aprovechamiento de lo cosechado antes”.

A propósito, le recordaba que “no hay nada que pueda ayudarte a hacer cosecha verdadera, como la aplicación a las letras clásicas”. Sea que aspire a dedicarse a ellas, o a ser hombre público o dirigente en cualquier campo social, “o aunque te contentaras con ser simplemente un abogado, la ilustración clásica te será un refuerzo extraordinario”, aseguraba a su hijo.

En cuanto al cómo hacerlo, “ya que no puedes dedicarte a estudiar latín”, le decía, “concurre a lo menos a las clases de la Facultad de Filosofía y Letras; lee a los maestros clásicos Tácito, Horacio, Cicerón, etcétera”. Esto porque “quien ha estudiado letras clásicas tiene una superioridad extraordinaria”. Agregaba: “yo lamento que mi versación sea tan incompleta”.