MANUEL DORREGO. Belgrano lo envió a Buenos Aires después del triunfo, para solicitar auxilios militares. LA GACETA/ ARCHIVO.
Producido el triunfo de Tucumán, el 24 de septiembre de 1812, al jefe del Ejército del Norte, Manuel Belgrano, le preocupaba marchar inmediatamente sobre los realistas para asestarles un golpe definitivo. Desde Tucumán, el 31 de octubre, escribía al Triunvirato sobre el asunto.
Le informaba que la tropa realista “permanece en Salta con bastantes heridos, sufriendo la deserción y, según noticias, con número crecido de enfermos”. Agregaba que “si hubiese tenido los auxilios que pedí, y con cuyo objeto mandé a esa al teniente coronel Dorrego, habría podido perseguir al enemigo con mayores fuerzas y conseguido desbaratarlo; pero envié únicamente (se refería a las patrullas de Díaz Vélez) lo que era disponible, pues a más de lo que había que custodiar aquí, ni la tropa ni las armas que me quedaban, ni las municiones mismas, estaban en estado de marchar”.
Belgrano entendía fundamental avanzar sobre Salta, pero no podía hacerlo sin los refuerzos que pedía. “Es preciso que demos ya nuestros pasos con la posible seguridad: para defenderme estoy en regular estado, mediante también el espíritu del paisanaje; pero para hostilizar con formalidad, no estoy en estado y es indispensable trabajar mucho para llegar a este caso”, decía.
El Triunvirato le había dado el grado de “capitán general” del ejército. En un oficio del mismo día, Belgrano daba las gracias pero, decía, “hablando verdad, en la acción no he tenido más de general que mis disposiciones anteriores y haber aprovechado el momento de mandar avanzar”. Todo lo demás era “obra de mi segundo, el mayor general, de los jefes de división, de los oficiales y de toda la tropa y paisanaje, en términos que a cada uno se le puede llamar el héroe del Campo de las Carreras de Tucumán”.