En la época de la batalla de Tucumán había dos imágenes de la Virgen de La Merced: la “chica”, del templo, y la “grande”, de la cofradía. La polémica se trabaría, un siglo después, en torno a cuál recibió el bastón de Belgrano.
En 1812, la tradicional procesión de la Virgen de La Merced del 24 de septiembre no pudo realizarse ese día a causa de la batalla. Tuvo lugar semanas después, el 28 de octubre, y se desarrolló en el mismo campo de la acción. Ocurrió entonces ese tocante suceso que narraría en sus memorias un testigo, el entonces teniente José María Paz.
“Repentinamente -cuenta- el general deja su puesto y se dirige solo hacia las andas donde era conducida la imagen de la advocación que se celebraba; la procesión para; las miradas de todos se dirigen a indagar la causa de esta novedad; todos están pendientes de lo que se propone el general quien, haciendo bajar las andas hasta ponerlas a su nivel, entrega el bastón que llevaba en su mano, y lo acomoda por el cordón, en las de la imagen de Mercedes. Hecho esto vuelven a levantar las andas y la procesión continúa majestuosamente su carrera”.
Queda acreditado así, fuera de toda duda, que el vencedor de la batalla de Tucumán entregó su bastón de general a Nuestra Señora de La Merced. Pocos días antes, por bando fechado el 13 de octubre, Belgrano había dispuesto el cierre de todos los comercios durante la novena a la virgen y la función, “en acción de gracias al beneficio recibido por intercesión de tan Divina Madre, con el objeto de que nos continúa sus auxilios, para que la Patria logre liberarse de los enemigos y se constituya de un modo digno de sus trabajos y esfuerzos”.
Las dos imágenes
Ahora bien ¿qué imagen de la Virgen es la que se sacaba entonces en procesión? Porque había dos imágenes. Una era la que se veneraba desde tiempo inmemorial en el templo mercedario, y que hasta hoy se encuentra allí. Se la conocía como la Virgen “chica”, porque existía otra, conocida como la Virgen “grande”.
Esta última, modelada en 1787 (o sea mucho después de la “chica”) pertenecía a la Cofradía, que la había costeado, y la tenía en guarda la familia del español Manuel Carranza y su esposa tucumana, Josefa Tejerina. Según los descendientes, eran sus custodios por un voto de doña Teresa: no acababa de llegar el barco en el que su marido volvía de España y ella hizo la promesa de instalar en su casa un oratorio con la imagen, si don Manuel regresaba sano y salvo, como ocurrió.
Por su mayor tamaño, era la que se sacaba a la calle desde 1787 en las procesiones. Y después de la función, era devuelta al domicilio de los Carranza-Tejerina.
Pasan los años
Pero, respecto a lo ocurrido en la procesión de 1812, donde Belgrano entregó el bastón, la tradición se dividía. Para algunos, se llevaba en andas entonces, como siempre, a la Virgen “grande”, y esta recibió el homenaje. Para otros, sucedió que los Tejerina-Carranza, como realistas que eran, se negaron a facilitar la imagen y, en consecuencia, fue protagonista de la procesión la antigua imagen “chica”, y receptora por lo tanto del famoso bastón.
Durante muchos años nadie dio importancia al asunto, y ni siquiera se lo planteó. Mientras, la tenencia de la Virgen “grande” había pasado, del matrimonio Carranza-Tejerina, a su hija Teresa Carranza, esposa de Rudecindo Ibazeta. La heredó la hija de éstos, Teresa Ibazeta Carranza de López; y luego su hija, Teresa López Ibazeta de Etcheverry.
La gente la llamaba “la Virgen de los Ibazeta”. Todos los años se la sacaba de ese domicilio, se la llevaba al templo y partía en procesión, seguida por miles de fieles como hasta hoy.
La “chica” coronada
La cuestión aparecería cien años después. Al acercarse el centenario de la batalla, el obispo de Tucumán, monseñor Pablo Padilla y Bárcena, solicitó al papa Pío X que se coronase “la venerada imagen de Nuestra Señora de las Mercedes que recibe el culto en el templo parroquial del mismo nombre”, en diciembre de 1911.
El obispo se refería, inequívocamente, a la Virgen “chica”. Y esto desató la polémica sobre cuál había sido, en realidad, la imagen que recibió efectivamente el bastón.
La postura a favor de la Virgen “chica” era sostenida vigorosamente por el párroco de La Merced, Joaquín Tula. Y la favorable a la Virgen “grande” se proclamaba, con no menos energía y en reportajes de diarios y revistas, por doña Teresa López Ibazeta de Etcheverry.
Pero la Santa Sede se inclinó, por decreto, a favor de la imagen “chica”. Esta fue coronada solemnemente el 24 de septiembre de 1912, en una brillante ceremonia, que presidió el Arzobispo de Buenos Aires y a la que asistieron diez prelados de todo el país.
Se va la “grande”
Comprensiblemente fastidiada, doña Teresa procedió a entregar la Virgen “grande” a los Padres Mercedarios. Estos dispusieron colocarla en la gran basílica de Nuestra Señora de los Buenos Ayres, ubicada en el barrio porteño de Caballito, en la esquina de avenida Gaona y Espinosa. Allí se encuentra hasta hoy. En el atrio, una placa informa que es “la imagen de la Virgen de la Merced que el héroe consagró Patrona del Ejército, luego de ganar la Batalla de Tucumán”.
En 1936, el obispo de Tucumán pidió que fuera devuelta a Tucumán la Virgen “grande”. Argumentó que, de acuerdo a las normas canónicas, “las imágenes insignes por su antigüedad o por su culto, como ha sido en Tucumán la mencionada Virgen ‘grande’, no pueden ser enajenadas válidamente ni perpetuamente trasladadas a otra iglesia, sin permiso de la Sede Apostólica”.
Una investigación
Pero los Mercedarios negaron la entrega. Esto movió al Obispado a designar una comisión, para que zanjara definitivamente aquella incógnita sobre la procesión de 1812. La presidía monseñor Bernabé Piedrabuena, y la integraban monseñor Abraham Aráoz, los doctores Manuel Lizondo Borda, Joaquín de Zavalía, Luis M. Poviña, el presbítero César Padilla y fray Leopoldo Heredia.
Los comisionados examinaron documentos y recibieron testimonios de personas, la mayoría ancianas, que narraban lo que habían visto y lo que escucharon o recibieron escrito de sus ancestros.
A favor de la imagen “chica” se pronunciaron, por ejemplo, doña Felipa Corbalán de Zavaleta, doña María Pondal de Iramain, doña Betsabé Lobo (de 97 años en 1936), o el ex gobernador Ernesto Padilla.
A favor de la “grande”
Y a favor de la imagen “grande”, declararon damas como doña Casilda Rueda de Olmos, y se invocaron versiones transmitidas por fallecidos, como el ex gobernador Tiburcio Padilla o el doctor Luis F. Aráoz, para citar algunos.
No dejó de recordarse, a favor de la “grande”, que el gobernador Alejandro Heredia le donó un vestido, y que lo mismo hizo seis décadas después el gobernador Benjamín Aráoz, donante asimismo de las andas. O que el gobernador Belisario López donó a los Ibazeta un nicho para la imagen.
Se requirió el dictamen de la Junta de Historia y Numismática (luego Academia Nacional de la Historia) que se definió a favor de la Virgen “grande”, tras el informe de Pastor Obligado. El destacado historiador, padre Antonio Larrouy, declaró que las pruebas a favor de una u otra postura no lo convencían.
Un trabajo de la profesora Hilda Zerda de Cainzo, “La verdad sobre la imagen a la cual Belgrano entregó su bastón de mando” (1993), consigna todos estos antecedentes y, tras calibrarlos, se define a favor de la Virgen “grande”. Lo mismo hizo el historiador mercedario, padre José Brunet, en “El sesquicentenario de la generala de Belgrano” (1965).
El fallo y el bastón
Pero la comisión se pronunció finalmente a favor de la Virgen “chica”, en un dictamen que expuso el historiador Lizondo Borda. Expresaba el mismo que “no hay documento concreto que establezca, o haga suponer inequívocamente” cuál fue la imagen llevada en la procesión de 1812. Lo único que haría suponer que fue la “grande”, es el hecho de que era la habitualmente sacada en procesión. Pero apuntaba que, en contra de esto, la tradición afirma que se sacó la Virgen “chica” porque los Carranza, simpatizantes de la causa realistas, se negaron a facilitar la otra.
El dictamen afirmaba que, últimamente, aunque en 1812 hubiera estado la Virgen “grande” en la procesión, “el homenaje que entonces rindiera Belgrano, corresponde en derecho a la imagen titular del templo de La Merced, esto es a la imagen ‘chica’, siempre allí venerada”.
Además, estaba el asunto del bastón. Parece que lo que Belgrano colocó en las manos de la Virgen era una tosca varita de mimbre. Tiempo después, Joaquín Belgrano, hermano del general, “trajo de Buenos Aires el bastón de marfil con regatón de oro”, para reemplazarla. Fue entregado por don Joaquín en el templo y a la imagen “chica”, según Julio P. Ávila. Pero la señora de Etcheverry sostenía que en realidad se lo entregaron a su Virgen “grande” y, por “un exceso de celo”, la familia lo depositó en La Merced. Entonces, “cuando el Obispado inventarió los bienes de la parroquia, el bastón pasó a ser propiedad eclesiástica”. ¿Cuál sería la verdad?
En LA GACETA de 1912
De más está decir que el dictamen de la comisión no conformó a todos los devotos, ya divididos francamente en dos bandos. LA GACETA, en su número inaugural del 4 de agosto de 1912, insertaba en primera plana el artículo “La Virgen destronada”, ya que un mes más tarde iba a realizarse la ceremonia de la coronación.
Decía el diario que “la Virgen que reinó en el espíritu público durante poco menos de una centuria, con majestad por nadie discutida, ha quedado destronada con cuatro rasgos de pluma, desde la sede de la Corte Pontificia”. Se ha sostenido que “el decreto del Vaticano se ha basado en un error histórico, fácil de explicar cuando se falla sobre asuntos relacionados con países remotos. Y se invoca, para demostrar el error pontificio, el veredicto de la Junta de Historia y Numismática”.
Consideraba el diario que “renovar el debate es perder lastimosamente el tiempo. La imagen ‘grande’ queda ‘destronada’, de hecho y de derecho. La regia alhaja irá, pues, a ceñirse a la frente de la Virgen ‘chica’ que, a estar a lo que la tradición nos había hecho creer, nunca se movió de los altares, ni se mostró celosa, en momento alguno, por las reverencias tributadas a la que más tarde había de quedar -pese a sus notorios prestigios- sin gloria y sin corona”.
Sólo una anécdota
Vistas las cosas a tanta distancia y apagada totalmente la polémica, parece evidente la dificultad de llegar hoy a una conclusión rotunda. No hay documentos escritos, y ya se sabe que las versiones de “la tradición” -que ambas posturas invocaron- deben tomarse siempre con pinzas.
De todos modos, el asunto no es más que una anécdota de las de “pago chico”, entretenida por sus sabrosas incidencias. Lo que en definitiva importa es que Belgrano quiso honrar a Nuestra Señora de la Merced, con prescindencia de que fuera la imagen “chica” o la imagen “grande” la que recibía el bastón.