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MANUEL BELGRANO. Busto en la iglesia Santa María de los Buenos Ayres, que guarda la imagen "grande" de la Virgen de la Merced. LA GACETA / ARCHIVO

Algunas normas de Belgrano en Tucumán


En 1816, el general Manuel Belgrano vuelve a hacerse cargo de la jefatura del Ejército del Norte. Su cuartel general se instala en Tucumán. En los “Documentos del Archivo de Belgrano”, constan numerosas providencias con su firma, dictadas en esta provincia para conservar la disciplina.

Dispone, por ejemplo, que las armas estén “siempre limpias, aseadas y listas para hacer fuego”. O que, siguiendo indicaciones de los médicos sobre la comida del soldado, “importa que en los alimentos entren los vegetales, como es la verdolaga, la acelga y la lengua de vaca”, luego de lavarlas.

Recordaba que “jamás en los ejércitos que he tenido el honor de mandar, he tenido que castigar por robos: este mismo pueblo se ha mantenido con sus puertas abiertas sin que haya faltado una hilacha”. Por tanto, advertía que “será castigado con la mayor severidad el que se atreviere a cometer tal exceso”.

Quería que la tropa tuviera aspecto respetable, y por eso indicaba que el uso de “los ponchos y ponchitos” sobre el uniforme debía evitarse: había que “mirar por el honor de las armas de la Nación y dar pruebas de que se ama la carrera y se desea el progreso del orden”.

Los oficiales debían dormir siempre en el cuartel. Se había enterado que algunos recién llegaban “con escándalo, a las 2 y 3 de la mañana, y aún a la diana”. Les prevenía que “a las 11 de la noche deben retirarse a sus aposentos”. Ese horario les daba “suficiente tiempo para concurrir a las sociedades decentes”, únicas a las que debían asistir, “por su propio honor y decoro, en el que celo con el mayor cuidado”.