Los recuerdos de Martín García Mérou.
Martín García Mérou (1862-1905) acompañó al tucumano Nicolás Avellaneda (1836-1885) en la última etapa de su vida, cuando el ex presidente, muy enfermo, viajó a París buscando inútilmente alivio. Permaneció con él en el Hotel Scribe, cuenta, “muchas horas del día y de la noche, horas de insomnio en que su poderosa inteligencia lanzaba fulgores imprevistos, como esas hogueras que arrojan sus últimos destellos antes de extinguirse en la oscuridad”.
Narra que Avellaneda “caía de pronto en una especie de sopor profundo, que revelaba cuán grande era ya su postración y abatimiento”. Pero estos tramos iban seguidos por una especie de “resurrección fulgurosa”. Entonces, “evocaba las horas del pasado y acudían a su memoria anécdotas interesantes, juicios finos sobre contemporáneos ilustres y muertos de reputación discutible, reminiscencias literarias, versos armoniosos que aleteaban en sus labios y venían a alegrar su espíritu abatido”.
Una noche, García Mérou le llevó una antología de poemas de Alfred de Musset, uno de los cultos juveniles del tucumano. Entonces, “durante varias horas, mientras el ruido de los vehículos que rodaban sordamente sobre el pavimento de madera llegaba, cada vez más débil y distinto, a nuestros oídos, Avellaneda, incorporado sobre algunos almohadones colocados a la cabecera de su lecho, tradujo con arte maravilloso y expresión emocionada ese canto sublime a ‘La Malibran’, en que se escucha el sollozo de la musa desesperada, y esos admirables poemas de ‘Las Noches’ que oprimen el corazón con su tristeza desgarradora”.