Terán destacaba su importancia psicológica.
En una nota al pie de página de su comentario (publicado en 1905) sobre las “Crónicas de la Villa Imperial de Potosí”, de Julio Lucas Jaimes, se detenía Juan B. Terán en el amplio rol que los testamentos desempeñaban en la colonia. A su juicio, constituían “el documento psicológico más sincero”. Su lectura “enseña las fases más vívidas de aquella época y es por sí sola la que da una impresión más prístina y nativa de su historia”.
Copiaba, al azar, párrafos de un testamento “de después de 1700” que conservaba original. “Ítem -dice el testador- declaro por mis bienes un par de pistolas con sus llaves españolas. Ítem una espada con su talabarte y orillas de plata. Ítem una imagen de Nuestro Padre San Joseph con su cajón. Ítem una imagen de Nuestra Señora de la Candelaria con su cajón. Ítem un crucifijo de plata mediano. Ítem un capote de paño de Castilla, unos azules y otros acanelados. Un sombrero blanco extrafino. Una chupa de sempiterna azul guarnecida con franjas de plata y botonadura de lo mismo”, etcétera.
Apuntaba Terán que “el testamento, con su carácter de resumen total de la vida, como una autobiografía, ha desaparecido de nuestras costumbres”. Advertía que “se puede vivir, recorriendo sus páginas interminables y triviales, intensamente, la vida genuina de ese pasado”.
En efecto, “se la ve salir de ellas con su decoración y aparato, con sus ademanes familiares y sus gustos más secundarios, con su mezquina enumeración de baratijas, con sus provisiones infinitas, con su distribución de bienes minuciosa y concienzuda, todo bajo la invocación de sus creencias religiosas”.