Un recuerdo del tucumano Aráoz Alfaro.
En su época de estudiante, el gran médico tucumano Gregorio Aráoz Alfaro (1870-1955), alcanzó a ver a Guillermo Rawson (1821-1890) en la Facultad de Medicina de Buenos Aires, que cursó entre 1886 y 1892. El prócer ya no enseñaba, pero seguía vivo su enorme prestigio en la casa.
Aráoz Alfaro fue gran admirador de Rawson y escribiría un libro sobre su persona. Pero antes, en “Crónicas y estampas del pasado”, había evocado cálidamente aquel encuentro juvenil. Rawson tocaba ya sus últimos días, “en el ocaso de su laboriosa vida, ocaso afligido por la invalidez y por la pobreza”. Había venido a Buenos Aires “muy anciano y casi totalmente ciego”, por breve tiempo, poco antes de su muerte.
Narra que “unos cuantos jóvenes admiradores de su talento y de su noble vida, le rodeamos en sencillo homenaje de todos los días: fue entonces que me aproximé a él con el respeto del neófito al maestro. Tranquilo y sereno, en medio de su noche oscura y de su estrechez material; austero y señoril siempre, ceñido el cuerpo en su levita negra, caminando con dificultad a causa de su ceguera, el noble anciano adelantábase a recibirnos con dignidad de grande, pero con amable acogida de amigo”.
“Y su voz grave hacíase suave y cálida para hablarnos en todas las horas de las cosas grandes, de la medicina, de la ciencia, de la patria. Alejado ya de la vida y del tumulto, parecía haber perdido ya toda realidad corpórea y su figura, con sus ojos sin vida y su palidez de pergamino viejo, aparecíanos inmaterial y diáfana, espiritualizada totalmente, elevándose en suave fervor y en patriótica unción hacia las altas regiones del más allá”.