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IMPORTANTE HACENDADO. A caballo, con miembros de su familia, el doctor Paz aparece en su estancia, en el paraje tranqueño de Alurralde, hoy Benjamín Paz.

El doctor Manuel Paz, diputado nacional por Tucumán, tuvo un rol clave en nuestra génesis democrática. En 1911 logró que, en su casa y en su presencia, Roque Sáenz Peña e Hipólito Yrigoyen acordasen, en secreto, la famosa norma.


Corría el año 1911. Acallados los fuegos artificiales del Centenario, el gran problema del presidente Roque Sáenz Peña era político. Quería lograr para la Argentina elecciones realmente democráticas, para lo cual resultaba imprescindible que la Unión Cívica Radical levantara la abstención -y la conspiración revolucionaria- que mantenía férreamente desde comienzos de la década de 1890. En su mensaje de asunción, en 1910, ya Sáenz Peña había anunciado que consideraba a la reforma electoral como la iniciativa más importante a encarar por su gobierno.

Dos diputados nacionales de tierra adentro, abogados ambos, el cordobés Ramón J. Cárcano y el tucumano Manuel Paz, solían hablar largamente de esa cuestión. En medio de sus charlas, se abrió paso una idea: si lograban que el presidente Sáenz Peña se reuniera en privado con el jefe del radicalismo, Hipólito Yrigoyen, era muy probable que apareciera una vía concreta de solución al asunto que enturbiaba la vida cívica del país.

Delicada gestión

Lo que ocurrió lo sabemos gracias a una evocación que el doctor Cárcano hizo en el Congreso de la Nación, en el homenaje póstumo a Paz, y que ampliaría en su delicioso libro de memorias “Mis primeros ochenta años”, aparecido en 1943. El doctor Paz era fundamental en esta combinación, por ser amigo tanto de Yrigoyen como de Sáenz Peña. Quedó acordado entonces que el tucumano daría los pasos necesarios.

Paz se movió con rapidez. Entrevistó primero a don Hipólito. El caudillo vaciló. No le era fácil resolverse a una conversación de esa índole sin una consulta previa al partido, y eso abriría la puerta a infinitas complicaciones y opiniones. Pero al fin accedió, “bajo la condición del secreto absoluto”, cuenta Cárcano. En cuanto a Sáenz Peña, la gestión fue más fácil. El presidente aceptó de inmediato, por considerar la proyectada reunión como algo del máximo interés.

Postergación

En las gestiones de Paz, escribe Cárcano, “no se buscaba una conciliación política, ni un acuerdo de partido, ni siquiera una transacción del momento”. Lo que se perseguía era “el afianzamiento definitivo del orden y del gobierno, por el libre ejercicio de las instituciones democráticas. Si uno prometía la verdad del comicio y el otro pedía la garantía del comicio, era fácil llegar a una concordia en los hechos, entre hombres convencidos y responsables”.

Acordado en principio el encuentro, se fue postergando por un tiempo. Cárcano recuerda que existían “factores que cuidar y remover”. Pero finalmente el cónclave tuvo lugar en la residencia del doctor Paz en Buenos Aires, en la calle Viamonte.

En la calle Viamonte

Cuando llegaron, con minutos de diferencia, Yrigoyen y Sáenz Peña, el dueño de casa les agradeció su presencia y anunció que los dejaría solos. Pero Sáenz Peña se lo impidió. Le dijo que, como gestor del encuentro, era su obligación quedarse. “Será testigo y juez, y también secretario de actas”, resolvió el presidente. Yrigoyen no tuvo inconveniente en que así fuera.

Cárcano no participó directamente del encuentro. Pero cuenta que fue “confidente íntimo” de Paz, “en aquellas horas de inquietudes, de temores y de esperanzas”. Conjeturaba que “sin las gestiones y el empeño ardoroso de Paz se hubiera retardado, por lo menos, la solución del orden y de la libertad”.

Según este cronista, las reuniones fueron dos. En la primera, bastante extensa, se pusieron de acuerdo en algunas cosas, pero no en otras. Acordaron entonces un nuevo encuentro, igualmente secreto. Y esa noche, en casa de Cárcano y con las indicaciones de Paz, se confeccionó un acta de lo conversado.

Entre caballeros

Pero Cárcano observó que el acta tenía un valor muy relativo, ya que no era posible que los protagonistas la firmasen. Hipólito Yrigoyen, porque no podía contraer, por sí solo, compromisos que implicasen al radicalismo; y Sáenz Peña, como presidente, tampoco podía formalizar un pacto de esa índole sin consulta al Congreso. Paz y Cárcano llegaron entonces a una indiscutible conclusión. “Es un pacto de caballeros y la mejor garantía es la palabra y el honor”.

Así, en la segunda entrevista, cuando estaban a punto de suscribir el acta, el doctor Paz hizo notar a Yrigoyen y a Sáenz Peña las acertadas reservas de Cárcano. Ambos estuvieron de acuerdo en que tenía razón y dejaron las lapiceras sin utilizar. Yrigoyen dobló el acta y se la guardó en el bolsillo. Entonces Paz pidió que le permitiese conservarla, y el jefe radical se la entregó.

Tres confidentes

Ambos estadistas se despidieron, dejando sentado que, aunque no hubieran firmado, era como si lo hubiesen hecho. No se requerían “garantías recíprocas”. Ambos se consideraban hombres de honor, y “allí estaba también el mediador y testigo, un hombre de honor”.

Además, pusieron todas las cartas sobre la mesa, respecto de las entrevistas. Como lo dejaron aclarado, los únicos enterados de su realización eran el doctor José Figueroa Alcorta, por confidencia que le hizo el presidente, y el doctor José Camilo Crotto, por confidencia que le hizo el líder radical. Paz, a su vez, informó que su confidente era el doctor Cárcano. Todos habían respetado rigurosamente el secreto.

Había quedado acordado en las conversaciones que Sáenz Peña lanzaría el proyecto de una nueva ley electoral, y que la Unión Cívica Radical concurriría a las consiguientes elecciones, que serían limpias. Así ocurrió. “No se habló más de la garantía, y la nueva ley electoral, que contenía la llave maestra del voto secreto, fue sancionada semanas después por el Congreso”, sintetiza Cárcano. Se modificaba de raíz la vida cívica argentina.

Al fallecer Paz, en 1923, dispuso que pasaran a manos de su amigo Cárcano -quien lo sobrevivió hasta 1946- las actas y sus borradores.

Importante hacendado

Paz era un caballero de gran prestigio social y económico en su ciudad natal de Tucumán. Aquí había nacido en 1860. En la época en que gestionó aquellas famosas reuniones, su banca de diputado nacional lo obligaba a largas permanencias en Buenos Aires. Pero ni bien llegaba el receso del Congreso, volvía presuroso a Tucumán.

En el paraje denominado Alurralde -hoy Benjamín Paz- del departamento de Trancas, estaba su importante estancia de trece mil hectáreas. El establecimiento tenía una magnífica “sala” con una serie de comodidades modernas. Por ejemplo, una amplia habitación con cámara frigorífica, para conservar alimentos.

Lujos de la “sala”

La casa se desplegaba en amplias galerías y en una docena de dormitorios. Lo que primero llamaba la atención era el comedor a bajo nivel, con las paredes cubiertas de “boiserie” y una gran mesa con capacidad para veinticuatro personas. Pero los visitantes quedaban estupefactos ante el lujoso baño, traído especialmente de Europa.

En esa época en que las instalaciones sanitarias eran sumamente primitivas -y mucho más en el campo- no podía sino llamar la atención ese enorme recinto azulejado, con piso de placas hexagonales de mármol, y cuya dotación de artefactos incluía, además de los conocidos, dos enormes bañaderas, varios tipos de duchas, “baño de pies” y “baño de asiento”, tres lavatorios y lujos como cortinas divisorias de raso colorado.

Recuerdo de Payró

Había gente que se costeaba hasta la estancia solamente para admirar tan fantástico equipamiento. Lástima que, cuando la propiedad pasó a manos del Banco Hipotecario Nacional, a fines de la década de 1920, a ninguno de sus funcionarios se les ocurrió prestar algún cuidado a la casa. Terminó finalmente demolida, al promediar la década de 1960, aproximadamente.

En su libro “En las tierras de Inti” (1909), Roberto J. Payró dedicaba un largo párrafo a “la magnífica estancia del doctor Manuel Paz”, donde pasó un par de días en su gira periodística de 1899. Recordaba que, “cuando la visité, fui magníficamente agasajado, no sólo con cuanto de bueno hay en la cocina provinciana, sino también con cuanto en materia de ‘confort’ puede imaginarse; y aún más, pues no faltó ni el payador, el trovador arribeño encargado de improvisar, en honor mío, coplas que, desgraciada o afortunadamente, el viento se llevó para no devolverlas ya”.