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JOSÉ ORTEGA Y GASSET. Con su esposa y sus hijos, el pensador español aparece en esta fotografía tomada en su casa, en 1923. LA GACETA / ARCHIVO

Rougés la valoraba nueve años después.


“Cuando nos visitó Ortega y Gasset, hará ya casi una década, el país vio en él, ante todo, un filósofo. Como a tal lo reverenció y ello fue el primer índice que tuvimos, entre nosotros, del interés de algún público por la filosofía, por más que no tuviera de ella sino una vaga idea”.

Así escribía el gran filósofo tucumano, doctor Alberto Rougés, a su colega Alejandro Korn, el 1° de noviembre de 1925. Rougés había tenido a su cargo la presentación de Ortega, en la Sociedad Sarmiento de Tucumán, en 1916.

Agregaba Rougés que “la elocuencia del pensador español hizo un gran bien: elevó la jerarquía de la filosofía entre nosotros. Tras ello vinieron el filosofar, bueno o malo, y los signos de una cultura filosófica. Hoy ya no es la de usted una voz que clama en el desierto; hay oídos para sus palabras. El público ha cambiado. Usted, en compensación, le ha dado su ‘libertad creadora’, que es el primer fruto de nuestro pensamiento filósofico”.

“Tal es el mérito principal que para nosotros tiene Ortega y Gasset”, seguía Rougés. “En cuanto a su personalidad de filósofo, me parece muy acertada la similitud que usted encuentra entre él y Simmel, aunque se diferencia de este por una falta de maduración suficiente de las ideas del pensador español. Vuelan estas, con riesgo de la vida, demasiado temprano del nido materno. Quizá el culpable sea su público, pues, para no dejarse modelar por éste, un escritor necesita ser casi un misántropo, y Ortega y Gasset no lo es”.