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EL FILÓSOFO. Recién llegado a Buenos Aires, en 1916, aparece José Ortega y Gasset, sentado, al extremo izquierdo. El otro sentado es Eduardo Marquina. De pie, con barba blanca, José Ortega Munilla. LA GACETA / ARCHIVO

Rougés presentó a Ortega en Tucumán, en 1916.


En octubre de 1916 visitó Tucumán el filósofo José Ortega y Gasset. Vino con su padre, José Ortega Munilla. Organizadas por la flamante Universidad, dio, en la Sociedad Sarmiento, dos conferencias de las que sólo se conserva una síntesis. Lo presentó el doctor Alberto Rougés.

Expresó Rougés que, súbitamente, la realidad circundante se hace problemática, cuando ha aparecido un “héroe del pensamiento”. Es decir, alguien “que tiene el temible poder de turbar el reposo profundo de las cosas”. Alguien que “atraviesa lo aparente sin inmutarse”, porque su meta “es la recóndita, la inquietante profundidad”: lo que está más allá “de la realidad vulgar inteligible”.

Entonces, el hombre común se pregunta qué ganará con semejante perturbación, y para qué angustiarse con tales problemas. Pero sucede, como dice Sócrates, que “el bien del espíritu es la movilidad, es decir la meditación”. Ella busca la claridad, pero la claridad debe comenzar “por crearnos la sombra, es decir el problema”. Si bendecimos la luz, “no rehusemos el lote de tinieblas que somos capaces de aclarar en la vida”.

Pero finalmente, ¿quién es este “héroe del pensamiento” que viene a turbarnos? “Mi respuesta -dice Rougés- será la de Teodoro El Sofista: ‘si no creo ver en él un dios, lo tengo al menos por divino, porque los filósofos son para mí hombres divinos’. Eso, pues, que en los países de habla castellana es un prodigio y en todos los países es algo extraordinario; eso, un filósofo, eso es don José Ortega y Gasset”.