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LA CORRESPONDENCIA. Uno de los sellos franqueadores que utilizaba el Correo en el siglo XIX. LA GACETA / ARCHIVO

En los tiempos de la Liga del Norte.


En la Argentina de las guerras civiles, la censura de la correspondencia era una medida muy frecuente. Como es sabido, el 19 de setiembre de 1841, el ejército rosista de Manuel Oribe batió a las fuerzas tucumanas de la Liga del Norte, y ocupó nuestra ciudad. El 21 de diciembre, desde el “Cuartel General en Tucumán”, Oribe se dirigía al flamante gobernador Celedonio Gutiérrez.

Le decía que había visto “con satisfacción” las “acertadas medidas” de Gutiérrez, “para que la correspondencia particular que viene por el Correo, ya sea de las provincias de abajo, ya de arriba, no sea entregada sin sujetarse antes a examen, de parte del Gobierno o sus encargados”.

Esto disminuía considerablemente “el mal que pudiera causar la libre comunicación epistolar”; pero, decía, ese mal “no se ha destruido completamente”. Sucedía que “los particulares, comerciantes o no, que transitan por esta provincia llegados de cualquiera parte de la República, traen también comunicaciones, y las han entregado hasta ahora sin responsabilidad. Esto es aún peor y conviene evitarlo”.

Oribe sugería lanzar un bando o decreto, “obligando a todos los individuos que trajesen comunicaciones particulares, a presentarlas al mismo gobierno”. El bando debería asimismo “sujetar a una pena arbitraria, mayor o menor según las circunstancias del caso, al que faltare a tal ordenamiento”. Y, por supuesto, esperaba que si del examen de las cartas “resultase algo que pueda importar al conocimiento del general en jefe”, se lo transmitiesen.