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UN FRENTE CAPRICHOSO. Aspecto que presentaba la Casa Histórica a fines del siglo XIX, luego de las modificaciones ordenadas por el Estado. LA GACETA / ARCHIVO

Una arbitraria modificación de la fachada.


Es conocido que, en 1874, el Gobierno Nacional compró a la familia Zavalía, herederos de Laguna, la Casa Histórica. Pero no la adquirió para monumento, sino para sede de las oficinas nacionales del Correo y el Juzgado Federal. Con ese fin, dispuso en 1875 una importante reforma del inmueble, proyectada por la Oficina de Ingenieros Nacionales.

Se procedió a demoler el famoso frente de columnas retorcidas, y se lo reemplazó por “una fachada neoclásica, con pilastras y medias columnas dóricas soportando un entablamiento y gran frontis”, describe Mario Buschiazzo. “Una portada central de medio punto y seis ventanas llenaban la fachada” y “dos leones acostados flanqueaban el arranque del frontis”. En el interior, se demolieron “las habitaciones del ala derecha del primer patio, de modo de dejar el Salón Histórico separado de las oficinas del Juzgado y Correo, que ocuparían el frente y el costado izquierdo”.

Como aún no estaba desarrollada una conciencia de conservación del patrimonio, no se registró una sola queja -en los diarios al menos- por esta modificación. Pero cuenta Luis F. Aráoz que, conversando con el presidente Nicolás Avellaneda, este le dijo que el objeto de la ley era “reparar la casa para que se conserve intacta”, y que los cambios, de los que recién se enteraba, le parecían “una herejía”.

Como se sabe, en 1903-4, otra demolición abatió todo el edificio, dejando solamente en pie el salón histórico, al que se rodeó por un gran pabellón. Esto hasta 1942-43, cuando se reconstruyó toda la casa en torno al Salón de la Jura.