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DE LA "BANDERA NEGRA". El "ingeniero" Burgos, con descomunales anteojos, y el "doctor" Fernández, posan para LA GACETA tras su insólita elección. LA GACETA / ARCHIVO

La “venganza” estudiantil de 1933 que se incorporó para siempre en el anecdotario político


Pocas veces una broma estudiantil se llevó tan lejos como en Tucumán, en 1933. Corrían tiempos de turbulencia política y gremial en la provincia, que por entonces conducía Juan Luis Nougués. Líder del partido Bandera Blanca, tras su espectacular intendencia municipal de 1927 a 1930, había logrado la gobernación. Pero no pudo repetir los anteriores éxitos.

Acosado por la crisis financiera y las deudas de sueldos, Nougués obtuvo una ley que gravaba la molienda azucarera. Esto hizo detonar una feroz repulsa -que concluiría tumbando su gobierno- de parte de los afectados y de los partidos de oposición. Y no sólo en ese terreno se desarrollaron sus problemas. Se enfrentó también con los estudiantes.

Tanto los del Colegio Nacional como los de la Escuela de Comercio, armaron, entre el 27 y el 30 de junio del año anterior, una contundente huelga contra los respectivos rectores. Como lograron la adhesión de los gremios, mantuvieron paralizada la ciudad durante tres días. La Policía había debido intervenir con mano dura, y los jóvenes guardaban, por esa causa, un especial rencor a Nougués y a su partido.

La revancha

La oportunidad de vengarse se les presentó en abril de 1933, cuando el Poder Ejecutivo convocó a la elección de diputados a la Legislatura para cubrir dos vacantes. La Bandera Blanca oficialista presentó sus respectivos candidatos, pero la UCR se mantenía en abstención y el Partido Demócrata Nacional resolvió también abstenerse. Los estudiantes, en cambio, se dispusieron a actuar.

Constituyeron, con toda seriedad, la “Agrupación Estudiantil Bandera Negra”, para presentarse a la elección. Llevaban como candidatos a dos deficientes mentales, de apellidos Burgos y Fernández, a quienes titularon “ingeniero” y “doctor”, respectivamente. Ataviados con galeras y enormes anteojos, los estudiantes los exhibían en las vidrieras del comité de la “Bandera Negra”, en calle Mendoza 408. Ni qué decir que Burgos y Fernández formulaban a los periodistas las más estrafalarias declaraciones.

En esta diversión -que la ciudad entera festejaba y que la oposición de Nougués fomentaba con calor- se acercó peligrosamente la fecha de las elecciones.

El 6, el Gobierno tomó la decisión de suspender los comicios ya que -decían los considerandos del decreto- “no es posible tomar en cuenta la proclamación de candidatos que son una afrenta para quienes los propician”. Y, como los candidatos oficialistas renunciaron, la “Bandera Negra” quedó dueña del campo sin necesidad de votación.

La Junta de Escrutinio no tuvo más remedio que proclamar diputados electos al “doctor” y al “ingeniero”, con la aclaración de que lo hacía “librando al juego normal de los organismos constitucionales competentes, el poder de casación para corregir los extravíos de la virtud republicana”. Burgos y Fernández fueron legisladores por sólo tres horas, ya que la Cámara rechazó por unanimidad sus diplomas. Esto mientras la carcajada estudiantil alcanzaba su clímax.

Las payasadas del “doctor” y del “ingeniero” y sus grotescas fotografías, entretuvieron largamente a la prensa y a la opinión pública. Aún hoy, cuando se escudriñan las amarillentas páginas de esos diarios, parecen oírse las risas de los autores de la inédita y gruesa broma, incorporada para siempre a nuestro anecdotario político.