Lograda la prosperidad, atender al alma
En 1872, en el libro “Provincia de Tucumán”, de Arsenio Granillo, publicó Paul Groussac (1848-1929) el artículo “Un paseo a San Javier”. Allí narraba su visión de Tucumán desde la cumbre del cerro, y terminaba profetizando su futuro crecimiento.
Groussac dejó Tucumán en 1883 y se radicó en Buenos Aires. En junio de 1894 hizo un breve viaje de regreso y, en el álbum de la Sociedad sarmiento, asentó un pensamiento. Recordaba allí aquel escrito de veintidós años atrás, y comentaba que “el fácil pronóstico se ha cumplido”. Era evidente que “la riqueza ha brotado del suelo hermoso, como el fruto sucede a la flor, los millones sembrados en la tierra materna producirán ciento por uno, y el perfumado Jardín de la República ha venido a ser el campo productor más exhuberante”.
Pero quería entregar a los jóvenes tucumanos que fueron sus alumnos “una palabra de estímulo que, a pesar de su forma incompleta, puede encerrar cierta enseñanza”. El adagio latino expresaba que “Primero vivir y después filosofar”. No quería discutirlo, pero había que aplicarlo rectamente. “Basta que el propio cultivo, es decir el respeto que debe tener el hombre por su alto destino, venga después de las preocupaciones materiales”. Pero “¡siempre que venga!”.
Así, ganada la batalla industrial, había que recordar que se tiene un alma. “Que haya en vuestra vida económica algunas horas de tregua para el estudio y la meditación de lo bello, como al lado de vuestras fábricas un suelo cubierto de plantas desinteresadas”. En suma, “un jardín cuyas flores no tengan precio venal”.