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CUADRO DE HONORIO MOSSI. El destacado plástico italiano residente en Tucumán pintó, en 1921, la casa apócrifa. LA GACETA/ ARCHIVO

La anunciada construcción de una “réplica” de la casa donde habitó el general Manuel Belgrano hasta 1820, carece de basamento histórico serio. No se conocen ni la ubicación ni el aspecto exterior que tenía.


Durante la mayor parte de su existencia, a nuestra provincia no le interesó conservar sus monumentos históricos. Los fue demoliendo sin que nadie se incomodara. Cuando se echó abajo el Cabildo en 1908 para construir la Casa de Gobierno, el único comentario que apareció en el diario “El Orden” se limitaba a elogiar el plano del edificio condenado que acaba de ejecutar Antonio Gattamora, de Obras Públicas: iba a servir, decía, como “un nuevo documento histórico de interés”.

Tampoco se alteró nadie en 1904, cuando la Casa Histórica de la Independencia fue derrumbada sin contemplaciones para reemplazarla por un pabellón que cubriera el único vestigio salvado: el Salón de la Jura. El monumento colonial se transformaba así en algo lujoso, más acorde con la pujante Argentina “de los ganados y las mieses”.

Sucede que ahora, en los tiempos recientes, han empezado a aparecer muestras extravagantes de un cariño mal entendido hacia los inmuebles famosos. En Famaillá se han construido réplicas de la Casa Histórica y del Cabildo ¡de Buenos Aires!. En la avenida Adolfo de la Vega, una empresa comercial ha levantado un frente de la Casa Histórica. Y en LA GACETA del 18 de marzo pasado, leemos que se erigirá en Bernabé Aráoz y Bolívar, una “casita de Belgrano”, que supuestamente imitará la que habitó el prócer en la segunda década del siglo XIX. Será usada como “espacio cultural”.

Falta de respeto
Sin ánimo de ofender a nadie, considero que esas supercherías son una falta de respeto. Los edificios históricos tienen en sí mismos un valor simbólico, que no debe ser vulnerado con la instalación de “versiones” de ellos en cualquier parte.

Podría alegarse que la Casa Histórica es, últimamente, una reconstrucción ejecutada en 1942-43. Pero sucede que tal reconstrucción se ejecutó en torno a un resto existente -el Salón de la Jura- y que se usaron los planos originales, fotografías de época y cuanto elemento de esos tiempos se pudo obtener, con una exactitud y fidelidad que hasta hoy se exaltan como ejemplares en la materia.

Y podría disculparse asimismo la reconstrucción parcial del Cabildo de Buenos Aires (1939-40) en la Plaza de Mayo. Aún con seis arcos menos que el original y con la torre reducida para evitar la desproporción, se lo colocaba en el lugar donde estuvo el original, con fidelidad a los planos y con el propósito de restablecer las líneas de un local emblemático del centro histórico.

Pero un Cabildo porteño y una Casa Histórica en Famaillá, más otra en la avenida Adolfo de la Vega, carecen de esas justificaciones. Y qué decir de una “casita de Belgrano” en el barrio sur.

El original
En primer lugar, porque el aspecto que se va a darle (según la maqueta difundida por la Municipalidad) es, lisa y llanamente, un invento. De acuerdo a la documentación, la vivienda de Belgrano debió erigirse entre fines de 1814 y comienzos de 1816. El 23 de noviembre de este último año, el general informaba al Cabildo que, pensando que “los terrenos que circundan la Ciudadela” eran de propiedad fiscal, “determiné se labrase a una cuadra de distancia (de la Ciudadela) y con otra de circunferencia, una Casucha para mi habitación”. Es conocido que, siempre de acuerdo a los documentos, tres días más tarde el Cabildo, propietario del predio, declaraba que “concedía y daba al dicho General la cuadra en circunferencia, donde tiene labrada la casa para su habitación”.

Agreguemos que la fortaleza en forma de estrella llamada Ciudadela (levantada por San Martín en 1814), según la investigación de Manuel Lizondo Borda comprendía “cuatro manzanas de terreno, justamente las cuatro situadas en la actualidad entre las calles Jujuy por el este, Alberdi por el oeste, Bolívar por el norte, y avenida Roca por el sur, quedando su centro en el cruce de las calles Rioja y Rondeau, que quedan adentro”.

Belgrano residió en sus inmediaciones, salvo los intervalos de sus campañas, hasta febrero de 1820, época en la cual -pobre, enfermo, desengañado- emprendió el viaje a Buenos Aires, donde fallecería el 20 de junio.

En 1834, sólo restos
Catorce años -retengamos la fecha- después de alejarse Belgrano, o sea en 1834, el joven Juan Bautista Alberdi regresó a su tierra natal por unos meses. En la “Memoria descriptiva sobre Tucumán” (un folleto de 29 páginas estampado en la imprenta porteña de La Libertad y dedicado al gobernador Alejandro Heredia), narraría su nostálgico recorrido por los alrededores de esa ciudad que no visitaba desde hacía diez años.

El vagar lo llevó a la zona de la Ciudadela, donde en su niñez había recibido las simpatías del general Belgrano. Expresa textualmente: “ya el pasto ha cubierto el lugar donde fue la casa del General Belgrano, y si no fuera por ciertas eminencias que forman los cimientos de las paredes derribadas, no se sabría el lugar preciso donde existió”.

Es decir que hace 128 años, contando desde hoy, ya no quedaban, de la “casucha” de 1816, sino unos montículos que se alzaban del piso. Y como ese edificio no fue registrado en dibujo o pintura alguna que se conozca, ni tampoco en fotografías (que recién llegaron al país en 1845 y a Tucumán una década más tarde), la verdad inobjetable es que nadie sabe el aspecto que presentaba la humilde vivienda del vencedor de la batalla de Tucumán.

Empieza la fantasía
Esto no fue obstáculo para que la mitología popular, desde los años del Centenario en adelante, empezara a señalar como “la casa de Belgrano” uno de los tantos edificios de adobe con techo a dos aguas y galería, que se alzaban en las cercanías de la plaza Belgrano.

En una nota de la revista “Caras y Caretas” del 19 de junio de 1920, el periodista Rodolfo Romero -radicado en Tucumán- apuntaba que cuando se hace “historia sin documentos”, las deducciones correspondientes “pueden resultar exactamente lo contrario de la verdad”.

Y entre los ejemplos que arrimaba, decía que “la leyenda ha dado en señalar un sitio como residencia de Belgrano”: una casa -cuya foto incluía y que aquí reproducimos- que es “de porte colonial, pero nadie puede decir que en ella pasase Belgrano aquellos días de buenaventura de fines del 12, o los otros amargos de fines del 19”. Con esto último se refería al intento de encadenar al general, perpetrado por los alzados que respondían a Abraham González, en noviembre de 1819.

Tan adecuadas advertencias de Romero no evitaron que el pintor Honorio Mossi dedicase al supuesto local belgraniano, en 1921, un óleo titulado “Cuartel (sic) del General Belgrano en la Ciudadela”: se lo conserva en el Museo Provincial de Bellas Artes “Timoteo Navarro”. Una imagen similar registró el pobre dibujo de firma ilegible incluido por el presbítero Jorge Bekier, en 1962, en sus “Recuerdos históricos vinculados con Manuel Belgrano en San Miguel de Tucumán”. Agregaba Bekier inclusive un planito sobre la ubicación de la (falsa) casa, en calle La Madrid llegando a Bernabé Aráoz, con el testimonio de un vecino que recordaba haber visto el edificio en cuestión hacia 1922.

No se sabe dónde
Si existe total incertidumbre sobre el aspecto que presentaba “la casucha”, esa incertidumbre se extiende también al lugar donde la misma se encontraba.

En 1884, don Marcelino de la Rosa -apoderado de la hija de Belgrano y administrador del terreno- aclaraba, en el diario local “La Razón”, que la propiedad del creador de la bandera “se encuentra al sur y a continuación de la Casa de Jesús” (hoy Colegio de las Esclavas), en donde se ven aún algunos vestigios de su casa y un pozo de balde”. Y que “en 1859, al decretar el gobierno la formación de la plaza Belgrano, se le expropió en parte dicho terreno, quedando, según el plano levantado entonces por ese motivo, irregular; pues le quedaba una lonja en la parte norte, media cuadra al poniente y otra lonja al sur, hasta la altura de la pirámide, de manera que la plaza Belgrano está intercalada en dicho terreno”.

Los “vestigios” deben ser los que había divisado Alberdi medio siglo atrás.

Poco serio
No se necesitan más referencias, para juzgarnos en condiciones de afirmar dos cosas.

La primera es que nadie sabe cómo era esa “casucha de mi habitación” que Belgrano mandó construir. Sostener que la casa que Alberdi vio derruida a la altura de los cimientos en 1834, y de la que De la Rosa divisaba “vestigios” en 1884, estaba -como por arte de magia- de nuevo en pie para fotografiarla y pintarla en 1920, constituye una evidente falsedad.

La segunda es que tampoco se sabe exactamente dónde estaba ubicada, salvo que era a “una cuadra” de distancia de La Ciudadela, según Belgrano, y al sur y a continuación de la Casa de Jesús, según De la Rosa. A pesar de esta imprecisión, la Municipalidad considera alegremente -sin duda tomando como fuente el libro de Bekier- que “la original” se hallaba en Bernabé Aráoz y La Madrid. Es otra falsedad.

No parece aventurado calificar a la construcción anunciada de absolutamente poco seria, desde el punto de vista histórico, en cuanto a la forma y en cuanto al emplazamiento. Agrego que esta superchería puede tener consecuencias dañosas insospechadas: es muy posible que, con el paso de los años, vaya pareciendo auténtica a quienes no conocen los antecedentes. No es el modo adecuado de marcar los hitos históricos en una ciudad.