Fidelidad al rostro auténtico del tucumano.
En su libro de 1943, “Monteagudo, el pasionario de la libertad”, el historiador tucumano Estratón J. Lizondo publicó el único retrato fiel que se conoce del prócer nacido en esta ciudad en 1789 y asesinado en Lima en 1825. Esa efigie, realizada con el modelo al frente en Panamá, fue copiada por V.S, Noroña en 1876 y pasó luego a poder del doctor Manuel Lizondo Borda, ignorándose su actual paradero.
Nada tiene que ver dicha imagen auténtica (que tan acertadamente el doctor Estratón J. Lizondo fotografió para su libro) con la difundida hasta el cansancio en publicaciones argentinas. Según lo recuerda este historiador, ella fue un fraude perpetrado por Mariano Pelliza.
Como Pelliza necesitaba, en 1880, el rostro de Monteagudo para un libro y no lo había, encargó al dibujante Henri Stein que adaptara al efecto un retrato del chileno Bernardo Vera y Pintado, ya que el general Gerónimo Espejo le había asegurado que eran parecidos. Y de allí salió ese Monteagudo con mechitas sobre el rostro y pluma en mano, que ilustra todos los libros.
Dada la gran difusión del retrato apócrifo, complace ver que en la estatua levantada a Monteagudo en la plaza 25 de Mayo de la ciudad boliviana de Sucre (y que conozco gracias a la fotografía que tomó y me obsequió Sebastián Rosso), el rostro está inspirado en la imagen auténtica que publicó Lizondo, y no en la superchería de Pelliza y de Stein.
En esa lograda efigie en bronce, Monteagudo aparece en actitud oratoria, de pie, con papeles en una mano y extendiendo la otra. En la base, en letras de bronce cruzadas por un laurel, se lee: “A Monteagudo, la Patria”.