Ernesto Padilla destacó el daño que hicieron.
Tiene interés rescatar las apreciaciones sobre los enconos políticos del siglo XIX que hizo en 1908 el luego gobernador Ernesto Padilla (1873-1951), al disertar en el Teatro Belgrano, en el cincuentenario de la Sociedad de Beneficencia. Habló de “las líneas que marcan, en los pueblos chicos y en los comienzos inorgánicos, las consecuencias del rencor político, cuando no del prejuicio que alimenta ese instinto arisco y suspicaz que apareja divisiones que parecen infranqueables”.
A su juicio, los odios políticos representaron “crueles horas” para “nuestro desenvolvimiento interno”. Hablaba del “acervo de fuerza, de noble amistad, de generosos propósitos que han malogrado”; de “los hechos estériles que han acumulado”, y de “las compensaciones felices que han evitado”. Sentía “el recuerdo melancólico de las almas que extraviaron, de los sentimientos que perturbaron”. Deploraba que muchos hombres se separaran para siempre jamás, “ganados insensiblemente y progresivamente por el veneno que los llevaba a una dura intransigencia”.
Se preguntaba en nombre de qué ocurrió todo eso. Mirando desde la distancia, sólo aparecían, para explicarlos, “nubes que ocultan, o bien la astuta explotación de las nobles condiciones que afloran de ordinario en el temperamento de nuestros hombres”, o bien “el empecinamiento característico” de “la inexperiencia” y de la “limitación de miras”, o “los extravíos propios de una época en que la política de aldea debía sufrir la fatal imposición de las fuerzas mayores que gravitaban sobre ella”. Fueron odios estériles y era difícil “medir el mal que han hecho a la provincia, retardando su progreso”.