Gabriel Iturri la narraba a su amigo francés.
Conocido por su relación con grandes literatos franceses, desde Marcel Proust para abajo, se sabe que el tucumano Gabriel Iturri (1860-1905) se alejó de esta ciudad en 1876 y que en 1881 partió a Europa, donde residiría hasta su muerte. Pero regresó brevemente a Tucumán en 1890.
En esa época participó de una cacería de loros en el cerro, y procedió a narrarla en francés, en carta al conde Robert de Montesquiou. Habían salido al alba hombres, mujeres y niños, “acompañados por algunos gauchos, portadores de utensilios y provisiones”, cuenta. Llegaron “a una selva de naranjos cargados de frutas y cubiertos, a esa hora de la mañana, por miles de loros del más bello plumaje”.
Se acomodaron en un claro sombreado por “árboles gigantes con troncos musgosos y todo estrellado de orquídeas”, describe Iturri. Lo cruzaba un río tan cristalino que los peces se veían antes de ser pescados. Los cazadores abatieron gran cantidad de loros, que las mujeres pasaron a desplumar y cocinar.
“El loro es delicioso: tiene el gusto del pato. Como se alimenta sólo de naranjas, toda su carne está impregnada de ese sabor”. Invitaba a imaginar el alegre grupo. “Una dama toca la guitarra; otros bailan esperando la comida que humea desde todas partes. En fin, se come: los pescados frescos, las provisiones traídas, pedazos de viandas cocidas en estos fuegos improvisados; y para terminar, loros hervidos, asados y guisados. Terminada la comida, se baila todavía; luego, vuelven a sus casas, felices o así parecen, las manos llenas de orquídeas y de plumas de loros”