
Un médico inglés embadurnado.
En 1826 el médico inglés John H. Scrivener (1806-1884) llegó a Tucumán. Narra en sus memorias que era Carnaval. Otra vez contamos cómo, para su sorpresa, una joven lo embadurnó con agua y almidón en la posada donde se alojaba. Falta ahora rescatar la respuesta del inglés.
Cuando vio que era “normal” ese juego, Scrivener se dispuso a participar. Consiguió un puñado de harina, lo envolvió en el pañuelo y se sentó al lado de la joven. “En uno de sus momentos de distracción, dejé caer el contenido sobre su negra cabellera”, cosa que ella recibió “de excelente buen humor”.
Conversaron un rato, y luego la joven se levantó e hizo señas a sus amigas. Estas procedieron a amarrar a Scrivener a su silla: ella volvió trayendo “una cantidad de almidón en polvo que distribuyó a sus compañeras, quienes me lo frotaron por la cara y la cabeza con una energía y una fuerza que me resultó completamente inesperadas en tan delicadas manos y, confieso con toda sinceridad, me resultó de lo más desagradable”, narra el viajero.
Se resistió como pudo y sin éxito, tratando de aferrar las manos de las mujeres. Al fin, cayó exhausto al suelo.
“Quedé allí por unos minutos hasta que me ayudaron a incorporarme; una de ellas me quitó el almidón de la cara con su pañuelo de Cambray, mientras la autora de semejante desastre me presentaba un vaso de vino que bebí alegremente a su salud”, cuenta Scrivener.
Ya era muy tarde y se fue a dormir; pero, dice, “la excitación que había experimentado en esta recepción singular no me dejó dormir hasta una hora muy avanzada”.