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EL JOVEN ROMERO. El dibujo de Antonio Ferreira representa al filósofo en su época de militar, en una mesa de café de Tucumán. LA GACETA / ARCHIVO

Francisco Romero sugería una cátedra


Es sabido que el filósofo Francisco Romero (1891-1962), antes de destacarse en gran manera como pensador, catedrático y autor de memorables libros, fue oficial del Ejército, en el arma de Ingenieros.

Tenía grado de teniente 1° cuando empezó a colaborar en LA GACETA.

En 1921, con ocasión del centenario de la muerte de Güemes, publicó el artículo “A propósito de la conmemoración de Güemes: lo que podría hacerse en Tucumán”.

Allí distinguía dos modos de acercarse a las figuras del pasado. La emocional, “que tiene función práctica, política” y la “severa y objetiva, que intenta la historia”, y que es “obra de puro conocimiento”.

Le parecía ver en Tucumán “condiciones para convertirse en un centro activo de producción histórica”.

A su juicio, “la Universidad tucumana haría buena obra enseñando a un núcleo de jóvenes a leer la historia en el documento, proporcionándoles todos los recursos que la hermenéutica y la crítica psicológica exigen al historiador de hoy”.

Pensaba que también “agrupando alrededor de estas disciplinas históricas otras que no hay para qué citar aquí, podrían formarse archiveros y bibliotecarios para los establecimientos de este orden: gente que supiese su oficio y no procediese -como hoy suele- a fuerza de buena voluntad y fiando en la inspiración divina”.

De ese modo, decía, se lograrían dos fines. Preparar profesionales aptos, “para sustituir a las raza numerosísima de los improvisadores”, y crear “un núcleo local de estudios, cuya influencia se notaría acaso algún día en la cultura nacional”.