Por Magdalena Páez de la Torre en La Gaceta Literaria del 5 de abril de 2020
Nada puede agregarse a lo que ya fue dicho:
descansas, sí, descansas para siempre jamás.
Ya ha trazado el planeta la órbita perfecta
alrededor del sol.
Armado de laureles, resplandeciente y solo,
asciendes lentamente hasta el trono de Dios:
al timón de la nave llevas tu buena estrella,
todo está en orden, todo como debiera ser.
Debajo, están las casas de la ciudad, las gentes
que tejes con sus vidas la historia que vendrá:
los ocultos dolores, los miedos, las penumbras,
el constante latido de la vida, nomás.
Pero hay algo que falta: la mano del escriba,
el ojo del testigo que registra el ardor
del estremecimiento sin nombre ni sonido
mientras el Universo comienza a anochecer.