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EL DOCTOR ILDEFONSO DE LAS MUÑECAS. Esta pintura de época, es el único retrato conocido del célebre patriota. Una copia existe en el Museo Histórico Nacional.

En el Alto Perú, desde 1814, el sacerdote tucumano fue líder de la insurrección indígena contra los realistas. Tras luchar dos años en sangrientos combates, fue batido y apresado. Un soldado lo mató cuando era conducido al Cuzco para enjuiciarlo.


No mucha gente que camina por nuestra céntrica calle Muñecas, sabe que ese nombre no se refiere al juguete, sino que evoca a un tucumano de actuación protagónica durante la Guerra de la Independencia, en las zonas montañosas del Alto Perú. Un trajín en el que jugó y perdió finalmente la vida.

El doctor José Ildefonso de las Muñecas (o Ildefonso Escolástico, según algunos documentos) nació en San Miguel de Tucumán a comienzos de 1776. Era hijo del vasco Juan José de las Muñecas y Arzabe, y de la tucumana Elena María de Alurralde. Según la tradición, la casa en que vio la luz se alzaba en la ochava noroeste de la actual esquina Muñecas y Mendoza.

Sus padres tenían muy buena posición y lo enviaron a Córdoba a seguir la carrera eclesiástica. En esa Universidad se doctoró en Teología y en Derecho Canónico. Luego, realizó un viaje por las provincias del Virreinato y partió después a España, por una temporada.

El virus libertario

Vuelto a Tucumán, alentaba el propósito de construir un templo para la antigua devoción del Señor de la Paciencia, y con ese fin se dedicó a recoger donativos del vecindario. Esto hasta que un día pasó por la ciudad el presidente de la Audiencia de Charcas. Durante su estadía, trabó amistad con el doctor Muñecas, y consiguió que éste aceptara convertirse en su capellán. Así, partieron juntos rumbo a Lima. No sospechaba Muñecas que nunca regresaría a su ciudad natal.

Llegados a Lima, el tucumano vio afectada su salud por el clima de esa capital. Pasó entonces al Cuzco, donde fue designado cura de la Catedral. Por esa época, en la mente de Muñecas ya habían prendido con fuerza las ideas libertarias, tal vez a causa de su recorrido por regiones que eran el centro del poder realista.

No fue raro, entonces, que se adhiriera a los primeros movimientos revolucionarios del Alto Perú, registrados sucesivamente en Chuquisaca y en La Paz en 1809. Consta que, en 1810, en carta a José Ignacio de Gorriti, lo instaba a rebelarse contra la situación de vasallaje en que se encontraban los criollos.

Líder de la guerrilla

Producida la Revolución de Mayo, es sabido que una de las medidas iniciales de la Primera Junta fue enviar una expedición militar a las tierras altoperuanas, para extender el movimiento. Paralelamente a la acción del ejército, se inició en esas zonas la insurrección de criollos y de indígenas contra los realistas. Se la conoce como “Guerra de las republiquetas”, porque cada poblado se convirtió en una pequeña república rebelde.

En su transcurso, las tropas del Rey fueron hostigadas incansablemente por acciones de guerrilla. En ellas, el cura Muñecas tendría una extraordinaria actuación de protagonista. Abandonando toda tarea eclesiástica, se lanzó de lleno a esa lucha desigual, que sería desde entonces la razón central de su existencia.

El 3 de agosto de 1814, el Cuzco se alzó en armas contra los realistas. El cacique de Cincheros, Mateo García Pumaccahua, armó tres expediciones para cortar la comunicación del brigadier Joaquín de la Pezuela, comandante en jefe del Rey, con Lima. Una de ellas se confió al coronel José Pinelo, junto al cual cabalgaba Muñecas. Ocuparon Puno y luego atacaron el Desaguadero, logrando que se le entregara la guarnición con su armamento.

Sangre en La Paz

Llegaron luego a las puertas de la ciudad de La Paz. Ocurría que un hermano de Muñecas, llamado Juan Manuel, residía en esa ciudad desde 1810, y había ayudado en 1811 a la expedición patriota que mandaba el vocal Juan José Castelli. Esto determinó que el gobernador de La Paz, marqués de Valde Hoyos, sospechara de una complicidad entre ambos hermanos. Tanto, que decidió arrestar a José Manuel, para liberarlo a condición de que defendiera un punto de las trincheras que iba a atacar su hermano.

Pero la medida no pudo detener la arremetida de las fuerzas del cura Muñecas. El ataque terminó con la capitulación de La Paz. Todo parecía tranquilo hasta que, tres días más tarde, explotó el polvorín de la ciudad, con la muerte de varias personas. El pueblo atribuyó el hecho a los realistas vencidos, versión que desencadenó una incontrolable furia.

Una turba penetró en la casa del gobernador Valde Hoyos y lo arrojó por el balcón. Su cadáver fue arrastrado por las calles, en un marco de tremendas matanzas. Muñecas y su hermano se presentaron en la plaza. La enérgica prédica del cura logró que se calmaran algo los manifestantes, y pudo salvar así la vida de medio centenar de aterrorizados realistas.

Los indígenas alzados

Pero la ciudad de La Paz no estuvo mucho tiempo en poder de los patriotas, quienes la evacuaron por precaución. Ya llegaba el ejército real, que los atacó con violencia, derrotando a Pinelo y a Muñecas en Puno, en Achocalla y en Arequipa. Incorporado al fuerte ejército de Pumaccahua, se enfrentó Muñecas con las fuerzas de Ramírez, lugarteniente de Pezuela, en Huachiri. Fueron completamente derrotados, pero el tucumano logró refugiarse, con algunos oficiales y emigrados, en la provincia de Puno. Allí instaló su “republiqueta”.

Convertido ya en líder de los indígenas, Muñecas pronto extendió su influencia de caudillo sobre una amplia comarca. Logró que se sublevaran los habitantes de las márgenes del Desaguadero y del lago Titicaca.

El incansable tucumano inició, en 1815, nuevas hostilidades contra La Paz, de acuerdo con los caudillos Monroy, Carrera y Carrión. Fueron derrotados: Monroy se suicidó, y los demás terminaron ejecutados. Pero Muñecas se las arregló para escapar. Rodeó el lago Titicaca, sublevando a los pueblos indígenas, y amenazó por el extremo opuesto los departamentos de Puno y La Paz.

A esa altura, ya era todo un personaje de la insurrección altoperuana. En 1814, una proclama del jefe del Ejército del Norte, José de San Martín, incitaba a los habitantes de ese país a seguir el ejemplo de Muñecas.

Apoyo a los patriotas

Al abrir el general José Rondeau la última campaña sobre el Alto Perú, el tucumano se hizo sentir por la espalda de las fuerzas realistas. Y después de la derrota de Sipe Sipe, mantuvo comunicación con los jefes argentinos.

Así consta en los partes que publicó “La Gaceta de Buenos Aires” a fines de 1815 y comienzos de 1816. Además, Muñecas repartía por los pueblos los escritos de propaganda revolucionaria que le había hecho llegar el general Juan Antonio Álvarez de Arenales.

Para los realistas, se había convertido en una suerte de pesadilla. Una expedición partió expresamente a reprimirlo. Pero, tras semanas de sufrir el acoso de las guerrillas del cura, la fuerza debió retirarse, dejando al tucumano dueño del oriente del Titicaca.

Entonces, Pezuela resolvió terminar definitivamente con Muñecas. Organizó una fuerza que marchó dividida en dos columnas, con el propósito de estrechar al cura en la cordillera de Sorata. A fines de febrero de 1816, lo alcanzaron en la cordillera de Cololó, y se trabaron en lucha.

Prisión y muerte

Muñecas fue batido completamente por los realistas. Le tomaron más de un centenar de prisioneros, que fueron pasados por las armas y luego degollados. Claro que el indomable cura pudo huir una vez más, y se refugió en las quebradas de Larecaja. Allí tenía sus fieles amigos indígenas.

Pero uno de ellos, Manuel González, delató el escondite a cambio de dinero. Los realistas cayeron sobre Muñecas y lograron finalmente capturarlo, junto con unos treinta compañeros, que fueron inmediatamente fusilados. Muñecas, de acuerdo a las órdenes de Pezuela, fue encadenado para llevarlo al Cuzco, donde lo juzgarían. El capitán limeño Pedro Salar, estaba encargado de su transporte y su custodia.

Pero antes de llegar al Desaguadero, en algún punto del camino entre Tihuanaco y Huaqui, el doctor Muñecas fue ultimado a tiros por uno de los soldados. Ocurrió el 7 de julio de 1816, es decir dos días antes de que se declarara la Independencia en Tucumán. Se dijo que el asesino sería hermano del indio González, y que recibió de premio por el crimen, además de la misma suma pagada antes a Manuel por la delación, una “charretera refulgente”.

Toda una figura

Los indios recogieron su cadáver, y le dieron sepultura en la capilla de Huaqui, donde se encuentra hasta hoy. El mariscal Antonio José de Sucre resolvió, en 1826, denominar “Muñecas” una provincia del departamento La Paz, en Bolivia. Lleva ese nombre hasta la actualidad, y su capital es Chuma.

En 1855, al decretarse la primera nomenclatura de calles de San Miguel de Tucumán, se bautizó “Muñecas” a la arteria céntrica que hasta hoy así se denomina. El 8 de octubre de 1963, se colocó un busto de cura Muñecas en la plaza Urquiza. Pero fue retirado sin explicaciones al practicarse la remodelación del paseo. Existe un retrato suyo al óleo, y una copia se conserva en el Museo Histórico Nacional.

El “Diccionario Biográfico Americano” de Cortés, describe al famoso tucumano. “Su instrucción nada vulgar, su tacto y maneras sagaces, su porte desenvuelto, su palabra fácil y ardiente, que así inflamaba la grey cristiana en el templo como la muchedumbre armada en el campamento; el valor y el mismo carácter sacerdotal que investía, le dieron el rango de un jefe prestigioso y temible”.